
Capítulo 7
Los personajes pertenecen a S.M y la historia a la fantástica Lynne Graham.
Cuánto me alegro por ti! -dijo Emma abrazando a Bella con entusiasmo entre el primer y el segundo plato de la comida-. Cuando empiece la universidad en septiembre, te veré todavía menos y estaba preocupada porque no quería que estuvieras sola. ¿Te parezco una egoísta?
-Claro que no -le aseguró Bella sonriendo todo lo que pudo.
Vivir fuera de casa, había hecho que su hermana fuera una mujer muy independiente y, aunque a ve ces le dolía un poco, Bella se sentía muy orgullosa de ella.
-Bella necesita divertirse -le dijo Emma a Edward-. Ha renunciado a muchas cosas por mí. Tengo una beca, pero cubre sólo una parte de mis estudios. La otra parte la ha pagado Bella traba jando mucho. Por eso nunca tiene dinero. Cuando me enteré de lo que le costaba mi colegio, intenté convencerla para que me mandara a otro...
-Estabas sacando muy buenas notas y eso es lo único importante -la interrumpió Bella avergon zada por aquella cascada de información que su hermana le estaba dando a Edward-. Emma quiere estudiar Derecho internacional. Se le dan muy bien los idiomas.
Edward le habló en francés y Emma contestó con un acento impecable. Ambos tenían una seguridad en sí mismos que Bella había envidiado muchas veces.
Cuando terminaron de comer, Edward se excusó para hacer una llamada y Bella y su hermana tu vieron unos minutos para estar a solas.
Emma le dijo que tenía que volver al colegio para revisar unos exámenes y que luego se iba a España para pasar las vacaciones en casa de una amiga.
Tras despedirse de ella, Bella y Edward se subie ron en la limusina.
-No he terminado de arreglar mis cosas, así que tengo que volver a casa.
-No tenemos tiempo -contestó Edward. ,
-Tú no, pero yo sí -insistió Bella levantando el mentón-. Cambia los billetes para mañana.
-Nos iremos esta noche.
-No, necesito más tiempo para organizar mis cosas. Prefiero irme mañana.
-No pienso irme de Londres sin ti -le aseguró Edward observando su perfil.
-No quiero ir a Suiza...
-Mentirosa -susurró Edward.
-¿Por qué dices eso?
Edward le acarició el labio inferior y Bella sintió que se quedado sin aliento.
-Demuéstrame lo poco que te gusta lo que te hago, bella mia -la retó.
Aunque intentó controlarse, Bella se encontró echándose hacia delante. Aquel hombre la atraía como un imán. Bella se revolvió en su olor y sin tió que los pezones se le endurecían.
-No estás haciendo bien -la censuró Edward.
-¿Cómo? -contestó Bella con la mente en blanco.
Edward enarcó una ceja y le acarició uno de los pe zones, que amenazaba con atravesar la camiseta.
Al sentir sus caricias, Bella gimió y sintió que el corazón se le aceleraba. Echó la cabeza hacia atrás y sintió una cascada entre las piernas.
Edward deslizó la punta de su lengua por su cuello. Bella quería que la besara. Edward la miró a los ojos y Bella vio deseo en ellos.
-Sí... —le suplicó.
-No -contestó él-. No me gusta el sexo en el asiento trasero de los coches —añadió con desprecio.
Bella sintió que se sonrojaba de pies a cabeza y apretó los puños. Le hubiera gustado abofetearlo, pero se controló a tiempo.
¿Cómo había sido tan débil? Si seguía sirvién dose en bandeja de plata a Edward, no tardaría mucho en darse cuenta de que estaba completamente ena morada de él.
Nada sería más humillante. Lo cierto era que prefería que creyera que era una cazafortunas.
Al llegar a la peluquería, Leah se tomó un des canso y Bella la reemplazó. Antes de cerrar, Bella le propuso que se hiciera cargo otra vez de la pelu quería y su empleada dijo que estaba de acuerdo siempre y cuando contratara a otra persona para que la ayudara.
Contenta porque dejaba la peluquería en buenas manos, Bella fue a casa a hacer las maletas.
A las siete en punto, llamaron al timbre. Ella creía que iba a ser Edward, pero era Gareth, un inge niero con el que había salido un par de veces el año anterior y del que se había hecho amiga.
-¡Me encanta cómo llevas el pelo!- rió Gareth al fijarse en las puntas negras que hacían contraste con su pelo caoba-. Muy gótico.
-¿Te gusta? -sonrió Bella.
Edward ni siquiera se había dado cuenta y la ver dad es que daba igual pues el tinte era temporal y se iría la próxima vez que se lavara el pelo.
-¿Te apetece que hagamos algo esta noche?
En ese momento, Edward entró en el vestíbulo.
-Bella tiene otros planes -declaró secamente.
-¿Y tú eres su secretaria o algo así? -se burló Gareth.
-Soy su marido -sentenció Edward.
Mientras Gareth bajaba las escaleras rojo de ira, Bella se dio cuenta de que no volvería a verlo ja más y miró furiosa a Edward.
-Te has pasado.
Edward la miró con dureza.
-Estaba ligando.
-No estaba ligando y aunque así fuera, ¿a ti qué te importa? -le espetó Bella intentando contro larse pues el chofer de Edward había llegado para lle varse su equipaje.
-Habías quedado con ese hombre para salir esta noche -la acusó Edward mientras iban hacia el co che-. Por eso no te querías ir hasta mañana.
Bella ya se estaba empezando a hartar.
-Tienes razón. Por si no te has dado cuenta, soy una mujer muy demandada. Vas a tener que vigi larme bien día y noche en Suiza. ¿Estás seguro de que merezco la pena?
Edward la agarró de los hombros y la puso contra la pared. Fue un movimiento tan rápido que Bella no pudo evitar ahogar un grito de sorpresa.
-¿Te has dado cuenta de que no me ha hecho gracia tu comentario? -le dijo Edward-. Ten cuidado. Como te pille ligando con otros hombres, te vas a enterar.
Bella sintió que se le secaba la boca, pero hubo algo en su comportamiento que la excitó.
-Era una broma...
-Que no tiene ninguna gracia.
-Por lo menos Garret se ha dado cuenta de que me he teñido las puntas -comentó Bella inten tando poner una nota de humor.
-Sí, pero no se ha atrevido a decirte que pareces un erizo -contestó Edward bajando las escaleras.
Bella se quedó sin habla.
¿Un erizo? Qué vergüenza.
Al llegar al aeropuerto, se miró en los escapara tes de las tiendas y se dio cuenta de lo bajita que era al lado de un hombre tan alto y delgado.
Mientras esperaban para embarcar en el avión privado de Edward, sonó el teléfono móvil de Bella.
Cuando oyó la voz de su amiga Victoria, se apartó de Edward para hablar en privado.
Victoria y su marido, Jacob Black, vivían en Italia, pero la llamaba para decirle que iban a ir a pa sar el fin de semana a Londres y que querían verla.
-Me piíllas en el aeropuerto porque me voy a Suiza -contestó Bella-. Además, te vas a enfadar conmigo porque no te he contado un secreto. Estoy casada...
-¿Casada? ¡No me lo puedo creer! -exclamó Victoria sorprendida.
-A mí no me resulta difícil creerlo porque mi marido está ahora mismo escuchando nuestra con versación -contestó Bella mirando a Edward con disgusto-. En cualquier caso, la historia de nuestro matrimonio es...
En aquel momento, Edward le arrebató el teléfono y la dejó con la boca abierta.
-Un cuento con final feliz -dijo a toda veloci dad-. Soy el marido de Bella -se presentó-. ¿Y tú quién eres?
Bella tuvo que soportar que Edward charlara un rato con su amiga y que terminara la conversación al anunciar que su avión ya estaba preparado para despegar.
-¿Cómo te atreves? -le espetó Bella furiosa mientras se dirigían a la aeronave.
-No me has dejado otra opción -contestó Edward-. Estabas a punto de soltarlo todo.
-Yo no suelto las cosas así como así -contestó Bella apretando los dientes.
-¿Cómo que no? Eres el colmo de la indiscre ción -le espetó Edward.
Una vez a bordo, Bella avanzó por el pasillo del lujoso avión y se sentó todo lo lejos que pudo de Edward. Estaba furiosa con él por haber interve nido en su conversación y atreverse, encima, a acusarla de ser una chismosa. ¿Cómo se atrevía?
— ¿Quién te crees que eres? -le preguntó cuando ya habían despegado y la azafata los había dejado a solas.
Edward la miró a los ojos tan tranquilo.
-Soy un hombre muy discreto y quiero que lo que hay entre nosotros se lleve con total discre ción, así que se han acabado las charlas entre chi cas.
Bella giró la cabeza. No solía llorar, pero de re pente se encontró con unas tremendas ganas de hacerlo. Tal vez, era porque estaba tan cansada que le costaba mantener los ojos abiertos.
La azafata le preguntó si quería comer y ella contestó que no. Con sólo pensar en comer, se le revolvió el estómago. Lo que realmente quería era discutir con Edward, pero no tenía fuerzas.
A la mañana siguiente, Bella se despertó tarde.
Nada más poner un pie en el suelo, decidió que había llegado el momento de enfrentarse a Edward con todos los argumentos que no había podido lan zarle el día anterior.
Sin embargo, mientras desayunaba, Humberto le dijo que Edward se había ido al Banco Cullen hacía rato.
Al recordar cómo había llegado a la cama la noche anterior, se sintió terriblemente avergonzada. Se había quedado dormida en el avión, había salido del aeropuerto como una zombie, se había vuelto a quedar dormida en la limusina y había permitido que Edward la llevara a su habitación en brazos.
Nunca se había sentido tan cansada y ahora sen tía un inmenso alivio porque había recuperado las fuerzas.
Creyendo que tenía mucha hambre, le había di cho a Humberto que le sirviera un abundante desa yuno, pero cuando lo tuvo delante el apetito desapa reció de repente.
Apartó el plato y se conformó con mordisquear un cruasán y tomarse una taza de chocolate. Acto seguido, decidió hacer una visita al Banco Cullen.
Se alegró al ver que toda la ropa que Edward le ha bía comprado estaba en su armario y eligió un ves tido color burdeos que acompañó con un abrigo de flores.
El Banco Cullen, situado en el centro de la ciudad de Ginebra, era un edificio de dimensiones enormes y diseño contemporáneo.
Cuando llegó y dijo que era la esposa de Edward, se produjo cierto revuelo en el mostrador de la re cepción. Un botones la acompañó a la planta eje cutiva y la hizo pasar a un gran despacho.
En su interior la estaba esperando Edward, espectacularmente vestido y apoyado en el borde de la mesa.
-No es el cumpleaños de nadie, así que, ¿a qué se debe esta interrupción?
-Sólo quería hablar contigo.
-Pues haberte levantado antes -le espetó Edward-. Estoy trabajando y no permito que nadie me inte rrumpa por motivos personales.
-Me parece bien porque esta visita no es perso nal -lo informó Bella con la esperanza de conse guir su atención.
-Ven aquí, te quiero enseñar una cosa -le dijo Edward en tono autoritario.
Desconcertada, Bella dio un paso al frente y Edward la agarró de la mano,
-¿Dónde me llevas?
Era un baño.
Edward la colocó ante un espejo y se puso detrás de ella. La miró a los ojos a través del reflejo y Bella sintió que se le aceleraba el pulso.
-¿Que ves? -le preguntó Edward mientras le qui taba el abrigo.
-A nosotros -contestó Bella.
A continuación, Edward le bajó los tirantes del vestido y le dejó los hombros al descubierto. Sus manos se deslizaron hasta sus caderas y fueron su biendo por sus costillas hasta quedar bajo sus pe chos.
A Bella se le paró la respiración. Ya no recordaba por qué había ido al despacho de Edward. Lo único en lo que podía pensar era en sus manos y en su erección.
-¿A ti te parece que esta es forma de vestirse para venir a verme?
-El vestido es un poco atrevido, por eso me he puesto el abrigo -admitió Bella sin aliento.
-Un vestido así con un cuerpo como el tuyo es una provocación.
Bella se apoyó en él y sonrió encantada.
-¿Te gusta?
-¿No era eso lo que querías?
-No lo había pensado, pero supongo que sí.
-Esta escena debería desarrollarse en nuestro dormitorio y no en mi banco.
Ante aquellas palabras, Bella se sintió furiosa. ¡Edward creía que había ido a verlo para seducirlo!
-He venido para mantener una seria conversa ción contigo -le aclaró poniéndose el abrigo y vol viendo a su despacho-. Lo siento mucho si no eres capaz de controlarte por el mero hecho de que una mujer lleve un vestido bonito.
Edward se quedó de piedra.
-Hace casi cuatro años me casé contigo por conveniencia y acepté a cambio cierta suma de di nero -continuó Bella-. Te devolví dos terceras partes de esa cifra cuando me di cuenta de que no lo necesitaba y...
-Un momento -la interrumpió Edward levantando una mano-. ¿Estás diciendo que me devolviste parte del dinero? ¿Cómo?
-Lo volví a depositar en la cuenta desde la que me había llegado y te hice llegar una carta a través de tu abogado.
-Mi abogado ya me advirtió que no me fiara de ti y le partí la nariz la semana pasada -le espetó Edward.
Bella se quedó mirándolo con la boca abierta.
-¿Le has partido la nariz? ¿Por qué?
-Tuvo la mala suerte de sugerirme que, tal vez, mi esposa no era la que yo creía, pero lo hizo antes de que hubiera recuperado la memoria.
Bella se sonrojó.
-Oh... bueno, volvamos al tema del dinero.
-No me consta que devolvieras una parte de ese dinero.
Bella se cruzó de brazos.
-Pues lo hice. Cuando me di cuenta de que no había necesidad de comprar una casa pues alqui larla era suficiente, sólo me quedé con lo que nece sitaba para alquilar un piso y abrir una peluquería en el local comercial de abajo. Aunque a ti te pa rezca que mi peluquería no es gran cosa me sirve para pagar el alquiler y las facturas y nunca me he quejado.
-¿Adonde quieres ir a parar con esto?
-Cuando mi hermana termine la universidad, puedo vender la peluquería y devolverte todo el di nero que me dejaste. Se me ha ocurrido que, si te prometo que lo haré, estaríamos en paz y podría volver a casa.
-¿Te has vestido así de sexy para venir a ha cerme esa oferta?
Bella tomó aire porque era obvio que Edward no se estaba tomando aquello en serio.
-En lo que a mí respecta, esto no es por dinero. Nunca ha sido por dinero. ¿No te habías dado cuenta? -murmuró Edward apoyándose en la mesa de nuevo.
-Entiendo que creas que estoy en deuda contigo y entiendo que no sueles perdonar.
—Se te da muy bien eso de entender —dijo Edward divertido.
-Lo que no entiendo es por qué te empeñas en que siga aquí.
Edward sonrió con ironía.
-Tengo mis razones. Para empezar, el poder de hacerte hacer lo que a mí me dé la gana.
— ¡Qué asco! ¡Debería darte vergüenza!
-¿No te produjo a ti una satisfacción similar aprovecharte de mi amnesia?
-Yo no soy como tú —le aseguró Bella-. ¡Yo no me aproveché de ti! -añadió dolida-. Yo sólo que ría que estuvieras tranquilo y que fueras feliz.
-Te aseguro que fui muy feliz en la cama con tigo -sonrió Edward-. En cuanto a eso que has dicho de que te obligo a quedarte aquí, ¿no va siendo ya hora de que te enfrentes a los hechos?
-¿A qué hechos?
-No he tenido que obligarte en ningún mo mento a acostarte conmigo. Tú también me deseas.
-No lo suficiente como para permitir que me utilices.
Edward deslizó su dedo índice entre los pechos de Bella y se detuvo en su ombligo.
-¿Que necesitarías para que fuera suficiente?
Bella apretó los dientes.
-El sexo no es suficiente.
-Yo podría hacer que lo fuera -le aseguró Edward con voz ronca.
-Me tengo en mucha más estima.
-Hace cuatro años no era así. Si hubiera chas queado los dedos, habrías venido corriendo.
Bella se quedó de piedra y recordó lo que ha bía pasado años atrás. Entonces, estaba tan deses peradamente enamorada de él que hubiera hecho cualquier cosa para estar con él. Saber que Edward se había dado cuenta de ello y, aun así, no había du dado en alejarse de ella le provocó un horrible do lor.
-Canalla —le dijo-. Tú también te sentías atraído por mí y no hiciste nada.
-Fui razonable.
-Tú lo que eres es un esnob -le espetó Bella dolida-. ¡Me apuesto el cuello a que si hubiera sido rica, no te lo habrías pensado!
-Yo no soy un esnob. Tengo expectativas en al gunos temas y no me avergüenzo de ello.
-Di lo que quieras, pero yo sé que te sentías atraído por mí exactamente igual que yo por ti -in sistió Bella entre furiosa y dolida-. Lo admitiste mientras tenías amnesia.
-Te dejé porque no habrías podido vivir con migo. Eras demasiado joven.
-Me dejaste porque eres más frío que el hielo.
-¿Ésa es tu definición del sentido común?
-Me dejaste también porque no era de tu clase social.
-Y sigues sin serlo, pero estás aquí -contestó Edward amarrándola de las caderas y apretándose contra ella.
-¿Te crees que besándome vas a conseguir que se me pase el enfado? -le espetó Bella.
Edward la besó de todas maneras y Bella tuvo que apoyarse en sus hombros para no perder el equili brio.
-Estoy deseando que lleguen las siete -rugió Edward mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
-Oh...
Bella se dio cuenta de que se suponía que no debería estar besándolo porque estaba furiosa con él. En ese momento, Edward le bajó la cremallera del vestido.
-No... no lo hagas -le dijo sorprendida.
-Demasiado tarde...
Bella se tapó avergonzada y presa del pánico.
-Estamos en un banco... ¡podría entrar alguien!
-La puerta está cerrada con pestillo, así que es tamos a salvo -contestó Edward apartándole las ma nos y observando su atrevido conjunto de lence ría-, pero tú no...
Bella intentó apartarse para volver a ponerse el vestido, pero Edward la tomó en brazos con facilidad y la depositó sobre la mesa.
-¡Edward! -exclamó Bella cuando intentó desa brocharle el sujetador.
-Irresistible... -comentó él acariciándole los pe zones.
Sus ojos se encontraron y cuando Bella vio el deseo en los ojos de Edward se quedó muy sorpren dida. Aquel deseo encendió un fuego en su interior.
Aunque no la quisiera, la deseaba y eso no lo podía negar. Orgullosa, lo tomó de la corbata y tiró de él hacia abajo.
-Me pones a mil -dijo Edward con voz ronca.
Le acarició los pechos haciéndola gemir de pla cer y jugueteó con sus pezones hasta hacerla ja dear. Bella sintió una cascada de líquido caliente entre las piernas y, mientras Edward le lamía el cuerpo entero, Bella dejó de pensar con claridad.
Bella hizo un movimiento hacia adelante con las caderas y en ese momento comenzó a sonar el teléfono, pero Edward lo desconectó.
Le acarició el pelo y la volvió a besar.
-Te deseo —murmuró Bella.
-No tanto como yo a ti, bella mía -contestó Edward quitándole las braguitas-. Me has enseñado que dos semanas sin ti pueden ser como dos vidas.
Edward le separó las piernas y descubrió su lugar más íntimo. Lo acarició con dedos expertos y, tras colocarla en la posición deseada, la penetró de una sola estocada.
Bella sintió que perdía el control. Aquello era demasiado excitante. El placer era insoportable. Cuando llegó al orgasmo, Edward la besó para que no gritara.
-No me puedo creer que hayamos hecho esto -comentó Edward al cabo de unos segundos mirán dola a los ojos-. No puedo creer que estés desnuda sobre mi mesa.
Bella se levantó de la mesa como una gata es caldada y se vistió a toda prisa con manos temblo rosas.
-Te prohíbo que vuelvas a venir a mi despacho -le dijo Edward.
-¿Cómo? -dijo Bella mientras se ponía el ves tido.
-Todo esto lo tenías planeado. Has venido a verme con un vestido provocador por algo.
¿De verdad creía que se había cavado su propia tumba? ¿De verdad creía que su idea al venir a verlo era acostarse con él encima de la mesa de su despacho? ¿Se había vuelto loco?
-Desde que me has visto entrar por esa puerta, no has pensado en otra cosa, así que ahora no me eches la culpa a mí -se defendió Bella-. ¿Quién ha cerrado la puerta con pestillo? ¿Quién me ha ig norado cuando le he dicho que estábamos en un banco? ¿Quién ha dicho hace unos minutos que dos semanas sin sexo era como pasar dos vidas pri vadas de él?
-Bella...
-Y en cuanto tienes lo que querías, me acusas de haber sido yo la que me he abalanzado sobre ti -continuó Bella furiosa yendo hacia la puerta-. ¡En cualquier caso, no te preocupes, no pienso vol ver a este banco!
Edward le pasó su abrigo.
-Tienes pintalabios en la camisa -le dijo ella con satisfacción.
-¿Podríamos repetir esto?
Bella se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos.
-¿Después de que me hayas acusado de haberlo planeado todo?
-Me encantaría que lo repitiéramos, cara mia.
-¡Ni lo sueñes!
-No es fácil encontrar un sexo así -murmuró Edward.
Bella palideció. Aquel hombre no tenía senti mientos. Claro que, ¿cómo había podido olvidarse de lo que Edward sentía por ella? La tenía por una cazafortunas mentirosa que se había aprovechado de él en un momento en que era vulnerable.
Vulnerable. Bella estudió a Edward. Un hombre de condición física insuperable, un hombre que la miraba con lujuria, un hombre capaz de acostarse con ella y olvidarla a los dos minutos.
Resumiendo. Un hombre que le podía hacer mucho daño si no tenía cuidado.
-Esto no se va a volver a repetir -le aseguró Bella girándose y yendo hacia la puerta.
-Desde luego, no en las próximas veinticuatro horas porque me voy a Zurich esta noche, así que nos veremos mañana por la noche.
Bella estuvo a punto de decirle que no tuviera ninguna prisa por volver a casa, pero se mordió la lengua porque, después de cómo se había comportado con él hacía unos minutos, le pareció que era mejor guardar silencio.
A salir del despacho de Edward, había unos cuan tos empleados de chaqueta y corbata que le hicie ron un pasillo para dejarla pasar.
Ella se dirigió al ascensor a toda velocidad pues le parecía que llevaba escrito en la cara lo que aca baba de suceder dentro.
Edward había descubierto la combinación mágica para transformarla en una mujer que se compor taba como una fresca. Debería odiarlo por ello, pero al recordar que le había prohibido la entrada en su despacho se dio cuenta de que eso era porque tenía cierto poder sobre él.
Echó la cabeza hacia atrás y sonrió satisfecha.
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