martes, 19 de abril de 2011

Capítulo 2


Capítulo 2

Los personajes pertenecen a S.M y la historia a la fantástica Lynne Graham.

ESTOY casado, pensó Edward. No era de extrañar que su memoria hubiera elegido olvidar lo peor que le podía pasar a un hombre aparte de estar enfermo.

A pesar de que sólo tenía treinta años, le pareció que había sacrificado su libertad. Había terminado cometiendo el mismo error que su padre y su abuelo.

Siempre le habían gustado las mujeres y había tenido incontables compañeras de cama, pero jamás había creído en el amor, así que tenía la esperanza de que su matrimonio no tuviera nada que ver con ello.

Estaba seguro de que su esposa sería una mujer alta y castaña porque ése era el tipo de mujer que le gustaba, provendría de buena familia y tendría dinero. Tal vez, fuera economista o trabajara en banca. Aquello lo alivió en cierta manera.

Quizás, se había dado cuenta trabajando con ella de que eran almas gemelas en el terreno profesional. Aquello sería perfecto pues se trataría de una mujer callada y distante que sabría respetar su apretado horario de trabajo y no se quejaría por no verlo.

En aquel momento, llamaron a la puerta. Edward, estaba mirando por la ventana y se giró.

-¿Te importa cerrar los ojos para que entre? -preguntó una vocecilla en inglés.

Primera sorpresa. Se había casado con una extranjera con acento pueblerino. Segunda sorpresa. Hablaba como una adolescente y pedía cosas estúpidas.

-¿Edward?

Edward apretó los labios con impaciencia y accedió.

-Supongo que tú también estás nervioso por mi presencia, pero no tienes nada de lo que preocuparte -añadió Bella.

Edward se volvió a girar hacia la ventana. Tercera sorpresa. Una mujer que no hacía ni un minuto que acababa de llegar y ya lo había puesto de los nervios.

-Me he emocionado cuando me han dicho que habías preguntado por mí... -dijo Bella cerrando la puerta y abriendo los ojos.

-¿Quién te ha dicho que yo he preguntado por ti? -contestó Edward con incredulidad-. ¿Cómo iba a preguntar por ti si ni siquiera me acuerdo de ti?

-Dios mío, ¿qué haces fuera de la cama? -preguntó Bella preocupada.

-¿Tienes una lista de comentarios estúpidos o te salen sin esfuerzo? -le espetó Edward girándose hacia ella.

Al estar tan cerca de él, a Bella le pareció que su altura era amenazante, pero, a pesar de eso y de la horrible pregunta que le acababa de hacer, se sentía irremediablemente atraída por él.

No había olvidado lo increíblemente guapo y lo sorprendentemente sexy que era aquel hombre, pero eso no impidió que se quedara mirándolo con la boca abierta.

Edward no sonrió y aquello no la sorprendió. No solía sonreír a menudo y, además, en aquellos momentos no debía de tener ningún motivo para sonreír. Aunque jamás lo hubiera reconocido, Bella estaba segura de que debía de estar muy asustado.

-Detesto el sarcasmo -le dijo.

-Y yo detesto las preguntas estúpidas -contestó Edward.

Aquella mujer era mucho más bajita que él y no debía de tener más de veintitrés o veinticuatro años. Tenía unos ojos marrones y el pelo chocolate.

Tenía pecas por la nariz y unos labios carnosos de color cereza que hubieran tentado a un santo, Edward sintió que se le endurecía la entrepierna y se sorprendió sobremanera pues siempre había controlado las reacciones de su cuerpo, incluso siendo un adolescente.

Se fijó en el impresionante cuerpo en forma de reloj de arena de su esposa y la erección se hizo todavía más acuciante. Tenía pechos voluminosos y bien formados, cintura de avispa y caderas de lo más femeninas.

Cuarta sorpresa. Su mujer no iba bien vestida, pero tenía un potencial sexual que era pura dinamita. Edward creyó comprender por qué se había casado con ella.

-Deberías estar en la cama -dijo Bella encontrándose con aquellos ojos color verde que jamás había olvidado.

-¿Sueles decirme siempre lo que tengo que hacer?

-¿Tú qué crees? -contestó Bella mirándolo a los ojos.

Bella sintió que la boca se le secaba y que las piernas le flaqueaban. Sintió que el aire no le llegaba a los pulmones y que el sujetador le estaba pequeño. Los pechos se le habían hinchado y sentía los pezones erectos y una cascada entre las piernas.

Bella sabía lo que le estaba ocurriendo, pero no podía hacer nada por controlarlo. Estaba ante el hombre que había estado a punto de hacer que le ofreciera su virginidad por una noche de sexo sin ataduras.

Lo deseó desde el primer momento en que lo vio y, si él hubiera mostrado cualquier interés por ella, el orgullo y la dignidad no le hubieran impedido entregarle su virginidad.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Edward con siguió dejar de mirar a su esposa.

-Una mujer que pretendiera decirme lo que tengo que hacer sería una idiota -murmuró-. Y no creo que tú seas de ésas.

-No, pero tampoco me dejo manipular fácil mente -contestó Bella con la cabeza muy alta-. Después de todo lo que te ha pasado, deberías estar en la cama.

-Ya no necesito a los médicos -le aseguró Edward-. Lo siento mucho si has estado preocupada, pero me vuelvo al trabajo.

-No lo dirás en serio -dijo Bella con los ojos muy abiertos.

-Yo siempre hablo en serio, deberías saberlo. En cualquier caso, no necesito tu opinión —insistió Edward con frialdad.

-Te guste o no, te la voy a dar -le espetó Bella-. ¡A lo mejor te crees que haciéndote el duro me vas a convencer de que no te pasa nada, pero a mí me parece que te estás comportando como un imbécil!

-No te consiento... -dijo Edward mirándola con furia.

-Tienes amnesia y no piensas con claridad.

-Yo siempre pienso con claridad -contestó Edward.

-Si vuelves a trabajar, será como decir que no tienes ningún problema y no pienso consentir que lo hagas.

-Contéstame a una pregunta -sonrió Edward-. Antes del accidente de coche, ¿nos estábamos divorciando?

-¡Que yo sepa, no! -contestó Bella con las manos sobre las caderas-. Eres un hombre muy inteligente, pero también muy cabezota y poco práctico. De ahora en adelante, debo encargarme de que no hagas nada de lo que te puedas arrepentir, así que vuelve a la cama y tranquilízate.

Edward la miró como si se hubiera vuelto loca.

-Nadie me dice lo que tengo que hacer. No sé cómo te atreves a pensar que tú tienes ese derecho.

-Tal vez, porque soy tu esposa -le espetó Bella-. No pienso pedirte perdón por intentar protegerte de ti mismo. Si vuelves al banco, los empleados se van a dar cuenta de que te pasa algo...

-No me pasa nada, sólo estoy atravesando por una fase temporal de leve desorientación...

-Sí, ya me han dicho que te has olvidado de buena parte de tu vida -contestó Bella acalorada-. A mí no me parece ninguna tontería y creo que es mucho más peligroso de lo que tú te crees. Va a haber empleados y clientes que no vas a re conocer, situaciones que no vas a entender y ocasiones en las que vas a meter la pata. Además, por si no te has dado cuenta, no vas a tener ni idea de lo que has estado haciendo estos últimos cinco años en el trabajo. ¿A quién le vas a confiar tu trabajo para no hacer el ridículo? A nadie, ¿ver dad? Tú, Edward, no confías en nadie más que en ti mismo.

Bella se quedó mirándolo con actitud desafiante y se dio cuenta de que Edward se llevaba la mano a la frente y de que le temblaban los labios.

-Siéntate -le dijo acercándose a él y llevándolo hacia la butaca que tenía detrás.

-No necesito...

- ¡Cállate y siéntate! -le ordenó Bella observándolo mientras se sentaba.

-Sólo me duele un poco la cabeza -protestó él.

Demasiado tarde. Bella ya había apretado el mando que avisaba a la enfermera y el doctor Lerther ya estaba allí.

Edward se había dado cuenta de que su esposa estaba realmente preocupada por él. A aquella mujer se le veía lo que pensaba en la cara. Tenía los ojos llenos de preocupación y se mordía las uñas mientras esperaba a que el médico le dijera algo.

Edward no podía dejar de mirarla. Parecía realmente asustada, hasta el punto de que se estaba estremeciendo. Le debía de haber gritado precisamente por eso. Se veía que lo apreciaba.

Seguro que aprecia más mi dinero», pensó Edward.

Había visto a muy buenas actrices, pero lo cierto era que cualquiera de las mujeres con las que había salido se hubieran dejado torturar antes de morderse una uña.

Su esposa era más complicada y menos predecible de lo que había imaginado. Bajo aquella fachada femenina se escondía un genio y una pasión exacerbados.

Edward estaba acostumbrado a que las mujeres le dijeran a todo que sí, nunca se las había visto con una mujer que se hubiera atrevido a gritarle.

Lo cierto era que jamás discutía con nadie, hombre o mujer; las discusiones no formaban parte de su vida porque nadie quería verlo furioso.

Bella se sentía terriblemente culpable. Edward todavía no se había recuperado del accidente y ella se había enfadado con él. ¿Cómo había podido hacerlo?

Normalmente, nunca se enfadaba. ¿Qué le había sucedido? Se había quedado mirándola como si no se pudiera creer que estuviera gritándole. No debía de estar acostumbrado a que nadie le gritara.

Bella tomó aire y lo miró.

Seguía siendo tan guapo, elegante y masculino como hacía cuatro años. Bella recordó el preciso instante en el que lo había visto por primera vez. Fue cuando había entrado hablando por el móvil en la peluquería donde ella trabajaba.

Al ver cómo iba vestido y cómo se comportaba, Bella comprendió enseguida que, como ya les había pasado a otras personas, se había confundido de peluquería porque había una mucho más exclusiva en la misma calle.

En el mismo instante en el que Edward se disponía a irse, algo había hecho que Bella fuera hacia él. ¿Algo? El hecho de que fuera tan impresionantemente guapo que hubiera sido capaz de quedarse una semana sin comer para tener una foto suya.

No podía permitir que saliera de su vida así como así.

-Siga hablando por teléfono mientras le corto el pelo -le había dicho poniéndose delante de la puerta para que no se fuera.

Tal y como había esperado, por no reconocer que había cometido un error, Edward se dejó llevar.

La miró perplejo, pero siguió hablando por teléfono mientras se sentaba y Bella comenzaba a cortarle el pelo.

Cuando terminó, le entregó un cheque y salió del establecimiento. Al mirar el cheque, Bella no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Salió corriendo tras él, pero Edward le dijo que era la propina.

-Es demasiado... -murmuró Bella mientras Edward se encogía de hombros y se introducía en una limusina con chofer.

Bella volvió al presente y vio que Edward había recobrado el color y estaba de nuevo en pie.

-¿No estarías mejor sentado? -le dijo mientras él colgaba el teléfono.

-Nos vamos a casa —contestó Edward ignorando su pregunta.

-¿Doctor? -insistió Bella.

-Lo cierto es que no hay razón física para que su marido siga en la clínica -sonrió el hombre.

-Físicamente estoy muy bien y lo otro... ya se me pasará -anunció Edward muy seguro de sí mismo.

«Nos vamos a casa», había dicho.

¿A qué casa? No era el momento de preguntarlo, delante del médico y de la enfermera, así que Bella no tuvo más remedio que seguir a Edward hasta el ascensor. Una vez en la planta baja, le informaron de que su equipaje ya estaba en el coche que los iba a llevar.

-¿Dónde estabas ayer cuando tuve el accidente? -le preguntó Edward.

-En Londres... eh... tengo un negocio allí -contestó Bella preguntándose qué guión iba a seguir.

Los estaba esperando una limusina de cristales tintados. El chofer se quitó la gorra y les abrió la puerta. Al verse en un coche tan lujoso, Bella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse con la boca abierta.

-¿Cuánto tiempo llevamos casados? -le preguntó Edward.

-Creo que sería mejor que no te diera demasiados datos -contestó Bella.

-Quiero saberlo todo -insistió él poniéndole la mano en el brazo.

Sorprendida por la facilidad con la que la había tocado, Bella se estremeció.

-Tu médico ha dicho que hay que ir diciéndote las cosas poco a poco.

-Eso lo ha dicho el médico, pero yo no opino lo mismo.

-Siento mucho decirte que no pienso arriesgarme a que no te recuperes, así que voy a seguir los consejos del doctor Lerther -insistió Bella.

-Eso es una tontería.

-Dentro de unos días, habrás recuperado la memoria por completo -le recordó Bella-.. Será mucho mejor así.

-¿Y mientras tanto? -preguntó Edward mirándola a la boca y dejándola sin aliento.

Bella sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo y la mente se le quedó en blanco.

-¿Mientras tanto? -repitió como un loro.

-Tú y yo -le aclaró Edward mirándola con interés y haciéndola enrojecer-. ¿Qué se supone que debo hacer con una esposa a la que no recuerdo?

-No hace falta que hagas nada. Simplemente, tienes que confiar en ella porque va a cuidar de ti contestó Bella sintiéndose como una adolescente enamoriscada.

¿Por qué estaba pendiente de todas y cada una de sus palabras? ¿Por qué lo miraba así? Se enfureció consigo misma por ser tan débil. Tenía que apoyarlo como una amiga, nada más. Y nada menos.

-¿Me vas a cuidar? -dijo Edward divertido.

Nadie lo había cuidado en su vida porque no necesitaba que nadie lo cuidara. Jamás había oído algo tan ridículo, pero no dijo nada porque se dio cuenta de que Bella lo había dicho con sinceridad y buena intención.

-Para eso he venido... -contestó Bella sintiéndose fuera de control al tenerlo tan cerca.

Mientras hablaba, Edward le acarició el labio inferior haciendo que la temperatura corporal le subiera por las nubes.

-Estás temblando -murmuró Edward con voz ronca acercándose a ella-. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, esta situación resulta de lo más estimulante.

-¿Cómo dices? -dijo Bella sorprendida.

-Una esposa a la que no recuerdo -contestó Edward-. Una mujer con la que he tenido que compartir mil momentos íntimos, pero que en estos momentos resulta una perfecta desconocida. Es una situación erótica de lo más estimulante, cara mía. ¿Qué otra cosa iba a ser?

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