
Capítulo 5
La historia pertenece a la grandiosa Lynne Graham y los personajes de la bellísima S.M.
EL CASTELLO Cullen era un castillo medieval que se alzaba sobre un remoto valle cerca de la frontera italiana.
Lo rodeaba un precioso lago de aguas cristalinas en las que se reflejaba su inmensa silueta y los picos nevados que lo circundaban.
Tanto el edificio como los alrededores eran in creíbles y Bella entendió inmediatamente que Edward hubiera estado dispuesto a casarse con ella con tal de no perder aquel lugar.
El helicóptero que habían tomado en Ginebra aterrizó en el helipuerto que había junto al castillo. Edward la ayudó a salir del aparato, la agarró de la mano y la condujo hacia el interior.
De repente, Bella se dio cuenta de que fruncía el ceño ante la claridad del día.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Sí, sólo estoy un poco cansado -contestó Edward molesto por no estar en plena forma-. Es que esta mañana me he ido a trabajar a las cinco...
-¿Cómo? -lo interrumpió Bella parándose en seco.
-Yo soy el Banco Cullen. El banco no funciona sin mí -contestó Edward bruscamente-. Tenía que familiarizarme con lo que ha pasado reciente mente, asegurarme de que las operaciones siguie ran sin mí y ocuparme de lo que no entendía.
-¡No me puedo creer que haga tan sólo veinti cuatro horas que tu médico te dijo que necesitabas reposo absoluto y tú ya hayas ido a trabajar al ama necer! -le espetó Bella.
-He hecho lo que debía hacer.
Bella lo miró y vio que estaba apretando los dientes. Aquel hombre era un cabezota redomado, pero parecía agotado.
-No respetas tu salud.
-¿Te crees que puedo desaparecer como si nada? -le contestó Edward entrando en el castillo-. Tenía que dar una explicación. De lo contrario, el pánico hubiera dañado a mi empresa.
-¿Y qué les has dicho?
-Les he dicho que, como consecuencia del acci dente, veo doble y que tengo que descansar la vista. Así, mis secretarias me han dado toda la in formación que les he pedido sin sospechar nada.
-Muy listo -concedió Bella admirada.
-Además, les he dicho que iba a aprovechar para disfrutar de unas bien merecidas vacaciones con mi esposa.
-¡Dios mío! Los habrás dejado con la boca abierta...
Bella estaba convencida, después de haber visto la reacción de Humberto, de que excepto su tía Carmen nadie debía de saber que estaba casado.
Por tanto, oír hablar de ella así, de repente, debía de haber sido una conmoción para sus empleados.
-Sí, se han sorprendido porque nunca me suelo ir de vacaciones -admitió Edward-. Por cierto, debe rías haberme consultado antes de decirle a Humberto que no me pasara llamadas.
Bella se sonrojó.
-Hubieras dicho que querías hacerte cargo de ellas -se defendió.
-Me ha parecido una buena idea a corto plazo -contestó Edward saludando con respeto a Florenza, el ama de llaves que había salido a recibirlos-, pero no vuelvas a dar órdenes en mi nombre sin habérmelo consultado primero.
Bella abrió la boca para defenderse, pero Edward le puso un dedo en los labios para que se callara. Bella se estremeció.
-Sabes que tengo razón...
-No, no lo sé. ¿Qué te pasa?
Edward se quedó mirándola unos segundos y arrugó el ceño.
-Saliste corriendo a la calle detrás de mí...
Bella no comprendió lo que le estaba diciendo, pero, al ver que se secaba el sudor que le corría por la frente, se asustó.
-Edward, por favor, siéntate.
-No... -se negó Edward agarrándola de la cin tura—. Vamos arriba a hablar de esto en privado.
-¿Hablar de qué? -murmuró Bella nerviosa.
Entonces, lo comprendió.
«Saliste corriendo a la calle detrás de mí».
-Has recordado algo -le dijo tensa-. Has recor dado algo sobre mí.
-Ha sido como si alguien me hubiera puesto una fotografía vieja delante -le explicó Edward abriendo una puerta con impaciencia-. Querías de volverme la propina que te había dejado...
-Sí... -contestó Bella retorciéndose los dedos. Edward la miraba atónito.
-¿Por qué te había dejado una propina? ¿Era una broma nuestra o algo así?
Bella palideció. Entre ellos se estaba abriendo un abismo imposible de cerrar. Edward estaba empe zando a comprender que ella no pertenecía a su privilegiado mundo.
-Te había cortado el pelo -le explicó. -¿El pelo? -repitió Edward estupefacto. Bella apretó los labios y asintió. -Soy... peluquera. Aquella vez en la que me diste esa propina fue la primera que nos vimos.
-lnferno. ¡Recuerdo perfectamente lo que es taba pensando y sintiendo en ese preciso instante! Estaba completamente excitado -admitió Edward con brutal sinceridad-. Quería meterte en la limusina, ir a un hotel y no salir en todo el fin de semana.
Bella se sonrojó de pies a cabeza. Bueno, por lo menos no le estaba mintiendo. Por una parte, era halagador que la hubiera encon trado atractiva, pero Bella no se sentía halagada. Se sentía furiosa.
¿Y después de ese fin de semana qué? Nada, ¿verdad? Para él, sólo habría sido una fresca con la
que pasar un par de noches. ¿Cómo se atrevía a pensar que se hubiera ido con él si no lo conocía de nada?
¿Qué la estaba llamando?
De repente, sintió una inmensa angustia. Lo cierto era que, tal vez, se hubiera ido con él. No el primer día, por supuesto, pero si Edward se lo hubiera pedido más adelante habría accedido porque estaba completamente anonadada con él y estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de estar a su lado.
Incluso acostarse con él.
Sintió que la rabia hacía que se le saltaran las lá grimas.
-Perdón, no debería haber dicho eso -se dis culpó Edward apoyándose en la pared.
Obviamente, estaba agotado.
-No te preocupes, no soy una mujer débil -min tió Bella intentando sonar natural-. Por favor, túmbate un rato. Estás muy cansado.
Edward se aflojó la corbata y se desabrochó la ca misa mientras avanzaba hacia el dormitorio conti guo.
-Creo que voy a llamar al médico -dijo Bella desde la puerta.
-¡No me pasa nada! —le espetó Edward—. Deja de darme la lata.
Bella lo observó mientras se dejaba caer sobre la cama y apoyaba la cabeza sobre las almohadas. Ni siquiera se había quitado los zapatos.
Bella cerró las persianas y lo miró. Edward exten dió una mano hacia ella en un gesto reconciliador.
-Deberías saber, cara mia, que tomo mis pro pias decisiones.
-Ningún problema -le aseguró Bella con ter nura sentándose en el borde de la cama y entrela zando los dedos con los suyos.
No, que Edward tomara sus propias decisiones no era ningún problema siempre y cuando coincidie ran con las conclusiones de Bella.
-Lo que te he dicho... recordar así, de repente, me ha pillado por sorpresa y he sido un bestia.
-No digas eso -contestó Bella con ternura-. Has sido un poco brusco, eso sí, pero te perdono porque sueles ser el hombre más romántico del mundo.
Edward le soltó la mano y abrió los ojos.
-¿Romántico? -sonrió-. Me estás tomando el pelo...
-No, de eso nada -le aseguró Bella.
Edward le pasó el brazo por la cintura y la agarró con fuerza.
-Quédate hasta que me duerma.
Bella estuvo a punto de preguntarle si su ma dre solía hacer eso, pero se mordió la lengua a tiempo. Era imposible que tuviera recuerdos así de su infancia pues su madre se había fugado con su amante cuando Edward sólo tenía un año y no la ha bía vuelto a ver.
Bella esperó a que se durmiera y bajó a hablar con el ama de llaves. A continuación, comió en un delicioso comedor lleno de flores.
A pesar de que el entorno era increíble, ella sólo podía pensar en Edward y en lo difícil que iba a ser volver a casa sin él, habiéndolo perdido para siem pre. Ya había empezado a recordar, así que aquello era imparable.
Cuando el doctor Lerther le había dicho que la amnesia de Edward iba a ser temporal y que pronto recobraría la memoria, Bella había pensado que el médico era demasiado optimista, pero ahora se daba cuenta de que tenía razón.
Edward no iba a tardar en recordar los cinco años que se le habían borrado y dejaría de necesitarla. ¿Es que acaso la había necesitado en algún mo mento? ¿No había sido ella la que se había hecho aquella ilusión?
Volvió junto a él después de comer y se sentó en una silla a observarlo mientras dormía. Se dijo que su relación tenía que ser estrictamente platónica. ¿Qué pensaría de ella cuando hubiera recuperado la memoria?
¿Le parecería extraño que se hubiera acostado con él? Tal vez, ni le importara.
«Es un hombre», le dijo una voz interior.
Efectivamente. Edward no iba a pasarse mucho tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre ella. No, lo único que iba a querer iba a ser volver a su vida normal. Seguro que se sentiría muy aliviado de sa ber que estaban casados sólo por conveniencia.
Seguro que se reiría.
Bella abrió los ojos y vio que estaba tumbada en la cama. Los primeros rayos del sol entraban por la ventana y recortaban la silueta de Edward, que la estaba mirando.
Estaba desnudo y junto a ella.
-¿Qué hora es? -murmuró Bella sorprendida de verse de nuevo en la misma cama que él.
-Las siete y cinco -contestó Edward-. He dormido un montón y me siento muy bien.
-No recuerdo haberme metido en la cama...
-No te metiste tú. Te quedaste dormida en la si lla -le explicó Edward-. No deberías preocuparte tanto por mí, cara. Sé cuidarme solo.
Bella sintió un escalofrío por la espalda y se encontró acercándose un poco más a él. Presa del pánico, pensó que aquello era como estar poseída. «No más sexo», se recordó sentándose. Sin dudarlo, Edward la agarró, la volvió a tumbar y la miró con intensidad.
-Usted no se va a mover de aquí, señora Cullen.
Que la llamara así no hizo sino dolerle.
-Pero...
-Estás muy inquieta hoy -rió Edward colocando un muslo entre sus piernas-. No puedes levantarte hasta que yo te dé permiso.
Bella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que lo deseaba con todo su cuerpo. Mientras lo pensaba, Edward la besó con sensualidad y, al percibir su deseo, el de Bella se acrecentó sobremanera.
Edward la miró y, al ver que estaba igual que él, comenzó a juguetear con sus pezones. Bella sintió una punzada entre las piernas y el instinto le hizo echar las caderas hacia delante.
-Me deseas -dijo Edward muy satisfecho.
-Sí... —admitió Bella.
¿Cómo era posible que no fuera capaz de resis tirse a él cuando había tomado la firme decisión de hacerlo?
Se moría por besarlo y su cuerpo echaba de me nos aquellas manos expertas que sabían darle pla cer. Aquello aplastó a la vocecita que le decía que no estaba actuando con prudencia.
Bella lo besó con pasión, metió los dedos entre su pelo y le acarició los hombros. Le lamió el torso y sintió que el deseo era superior a sus fuerzas.
-Te deseo -rugió Edward tumbándose sobre ella y penetrándola sin previo aviso.
La sorpresa se tornó placer rápidamente y Bella sintió un vivo fuego entre las piernas. El éx tasis se había apoderado de ella y no dejaba sitio para la vergüenza ni el orgullo.
Bella alcanzó el clímax con un grito y, pocos segundos después, Edward la siguió. Bella sintió lá grimas de felicidad en los ojos, se apoyó en los al mohadones y abrazó a Edward, que la besó lenta mente mientras ella intentaba recuperar el aliento.
Lo miró y se maravilló ante su belleza mascu lina al tiempo que una inmensa oleada de amor y de aprecio por él se apoderaba de ella.
Los ojos de Edward se miraron en los suyos y se dio cuenta de que lo estaba mirando con ternura, pero aun así Anahi no quiso negarse el placer de mirarlo.
Era increíblemente guapo.
-Me dejas sin aliento... -susurró con voz tré mula acariciándole los labios.
Edward le agarró la mano y le miró los dedos sor prendido.
-¿Y tu alianza?
Bella se quedó helada.
-Yo... eh... nunca he querido llevarla... -im provisó.
-¿Por qué? -le preguntó Edward con curiosidad.
Bella se sonrojó.
-Yo... bueno, siempre me ha parecido que las alianzas estaban pasadas de moda y no me apetecía llevarla.
-No me gusta -opinó Edward sin dudarlo-. Eres mi esposa y quiero que lleves alianza.
-Me lo pensaré -contestó Bella sintiéndose fa tal consigo misma por mentirle de nuevo.
-No..., no hay nada que pensar. Te voy a comprar una alianza y la vas a llevar. Se acabó la discusión -sentenció Edward levantándose de la cama y ponién dose los calzoncillos.
Se paró cuando estaba cruzando la habitación, se giró hacia ella y la miró con intensidad.
-Ahora que lo recuerdo, todavía no me has di cho por qué seguías siendo virgen -le espetó.
-Y no pienso decírtelo si me hablas en ese tono -contestó Bella sentándose y tapándose con las sábanas.
-Tarde o temprano, me lo dirás -insistió Edward. Bella lo miró furiosa y le habló en italiano.- ¡De eso, nada! Cuando recuperes la memoria, te darás cuenta de que mi falta de experiencia no es ningún misterio.
-¿De verdad?
-¡Además, te va a dar igual! -le aseguró Bella.
-¿Me gustaría saber por qué me casé contigo?
Bella se quedó de piedra.
-Te casaste conmigo por las mismas razones por las que se casa cualquier hombre con cualquier mujer -murmuró Bella.
-¿Me estás diciendo que me enamoré de ti?
-Yo no he dicho eso... -contestó Bella-. Bueno, sí, te enamoraste de mí-añadió decidiendo que era mejor darle la razón y dejar el tema.
Edward dio un paso hacia ella.
-¿Quería un cuento con final feliz?
-¿Por qué no? -se defendió Bella.
-Por nada -contestó Edward tomándola en bra zos-. Si me enamoré de ti, seguro que fue porque te gustaba ducharte conmigo -bromeó.
-¿Me estás retando? -contestó Bella.
Mientras desayunaban en una preciosa terraza cuajada de flores de vivos colores, Bella le preguntó a Edward por la historia del castillo, un hogar que era obvio que adoraba.
Intentó no pensar en las mentiras que le había contado pues Edward había parado de hacer preguntas y ya no parecía preocupado por su relación.
El doctor Lerther le había dicho que no debía decirle nada que pudiera preocuparlo, así que ha bía hecho lo correcto, ¿no?
Bella se dijo que por un par de mentirijillas no pasaba nada.
-Te he preparado una sorpresa -le dijo Edward al terminar de desayunar.
-¿Qué sorpresa?
-Se me ocurrió que ya iba siendo hora de poner solución al problema de tu vestuario -contestó abriendo la puerta de un salón.
Edward había invitado a varios diseñadores de ropa para que acudieran al castillo con una
selec ción de sus colecciones.
Bella se encontró rodeada de modistos que le tomaban medidas. Estaba aterrada. ¿Cómo iba a permitir que Edward se gastara una fortuna en com prarle ropa? Era imposible pues había visto con sus propios ojos la poca ropa que tenía.
Minutos después, la pusieron de nuevo ante su marido vestida con un traje de falda y chaqueta a la última moda.
Edward la miró atentamente. El color aguamarina ensalzaba la blancura de su piel y las prendas, tanto la falda como la chaqueta, realzaban su figura.
-Impresionante -le dijo al oído.
Por primera vez en su vida, Bella se sintió el centro de atención. Al ver que Edward la miraba con aprobación, dejó de pensar en sus imperfecciones.
Estaba muy orgullosa de sí misma y se olvidó de que siempre había pensado que le faltaba altura y le sobraban curvas.
A partir de aquel momento, se probó varios con juntos encantada. Se vio con un delicioso vestido de fiesta, un increíble traje pantalón y una serie preciosa de vestiditos de diario que hicieron las de licias de Edward. También había bolsos y zapatos a juego.
Aquello era maravilloso. Era como un sueño hecho realidad. Todas aquellas personas se habían puesto de acuerdo para que ella jugara a lo que más le había gustado jugar de pequeña: a disfra zarse.
En pocas horas, tenía más ropa de la que había tenido jamás. Se dio cuenta de que no le iba a dar tiempo a estrenar muchas de las cosas que Edward le había comprado, pero se dijo que, cuando se hu biera ido, Edward podría devolverlas.
No pudo negarse a adquirir también varios ca misones y conjuntos de lencería.
-Me parece que me estoy pasando -dijo de re pente.
-Eres mi esposa y quiero que tengas todo lo que te guste -contestó Edward.
Bella sintió que algo se le retorcía en el cora zón y no pudo evitar hacer una mueca de disgusto.
-¿Bella?
-Eres demasiado generoso -contestó con un nudo en la garganta.
-Pero tú sabes cómo darme las gracias, ¿ver dad? -sonrió Edward con malicia y sensualidad.
Bella sintió que el corazón le latía acelerada mente. Aquel hombre era tan guapo que la hacía estremecerse. Tenía un poder sobre ella que la acongojaba y la atraía a la vez.
-Si no lo sabes, ya te daré yo alguna pista, bella mia -añadió.
Bella tuvo que apretar las piernas, sorprendida por la intensidad de su reacción física ante sus pa labras.
Edwrad se acercó a ella y la abrazó. Al sentir su potente erección, Bella se sonrojó y deseó sentirlo dentro de ella inmediatamente.
-Estás preciosa con esa ropa, pero me gustaría que te la quitaras -le dijo Edward.
Bella se apartó de él e hizo algo que jamás hu biera soñado con hacer. Se quitó la blusa, se bajó la cremallera de la falda y dejó que cayera al suelo.
-Me parece que me casé contigo porque no de jas de sorprenderme -comentó Edward abrazándola con fuerza y besándola con pasión.
-Es preciosa -dijo Bella-. No sé qué decir... no me lo esperaba.
Mientras Edward le colocaba en el dedo anular la delicada alianza de platino, ella lo miraba con gra titud.
Una alianza. Aquel detalle le había llegado al corazón porque Edward quería que llevara algo que significaba que estaban casados.
-No te voy a fallar, cara -dijo Edward mirándola a los ojos-. Quiero que nuestro matrimonio vaya bien.
Aquello hizo que el velo de fantasía en el que Bella estaba viviendo se cayera. Llevaba cuatro días sin pensar en el futuro, disfrutando del pre sente, del tiempo que pasaba con Edward.
Estaba completamente enamorada de él.
Incómoda por su sinceridad y herida por lo que sabía que no podía tener, Bella desvió la mirada y miró a su alrededor.
Hacía un día maravilloso y el paisaje era espec tacular. Estaban sentados en una terraza de piedra de un exclusivo restaurante situado en el lago de Lucerna. El cielo estaba despejado y la pintoresca ciudad medieval estaba a sus pies.
-Bella...
En ese momento, un hombre fuerte se acercó a ellos.
-¿Edward? -le dijo con alegría.
Edward sonrió y se puso inmediatamente de pie para saludarlo. Bella reconoció inmediatamente a Jasper Hale, uno de los testigos de su boda. El pánico se apoderó de ella y el intenso escrutinio del abogado la paralizó.
Aquel hombre sabía que no era una esposa de verdad, que se había casado con Edward a cambio de dinero.
¡Debía de estar atónito de verlos juntos en Suiza!
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