Lluvia de Fresas
martes, 3 de mayo de 2011
Ciegos al amor
Capítulo 10
Capítulo 10
Los personajes pertenecen a S.M y la historia a Lynne Graham.
A LA MAÑANA siguiente, Edward llevó a Bella al ginecólogo.
Edward la desconcertó preguntando un mon tón de cosas, que el médico contestó al detalle.
Bella se sintió como un útero con piernas y le dolió muchísimo que Edward diera muestras de interés por su hijo ante una tercera persona y no ante ella.
Se preguntó si no sería que lo había hecho para guardar las apariencias.
En los tres interminables días siguientes, Bella se sumió en una total infelicidad. Edward se iba a tra bajar al amanecer y volvía muy tarde por la noche. No desayunaba ni comía ni cenaba con ella y no hacía ningún esfuerzo por reducir la tensión que se había instalado entre ellos.
Sin embargo, la llamaba un par de veces al día para ver qué tal estaba. Parecía que eso era lo único que le importaba y que no estaba dispuesto a hacer nada más. Desde luego, la puerta que había entre sus habitaciones estaba cerrada a cal y canto. Bella se despertó el cuarto día cuando amane ció, se duchó y se vistió para correr escaleras abajo y poder desayunar con él.
-¿Qué haces levantada a estas horas? -le pre guntó él frunciendo el ceño.
-Quería verte. Si no desayuno contigo, iba a te ner que ir al banco e interrumpir tu jornada laboral, algo que me prohibiste hace tiempo -sonrió.
Edward la miró y sonrió levemente.
-Te voy a echar de menos -confesó Bella ha ciendo un esfuerzo.
-¡No quiero oírlo! -exclamó Edward dejando el periódico a un lado y poniéndose en pie.
Bella lo miró con los ojos muy abiertos.
-No me lo creo. Cuando quiera algo contigo, te lo haré saber.
Bella lloró de humillación mientras la limusina se alejaba.
Ya había soportado bastante. ¡No iba a consentir que Edward la tratara como una prostituta con la que podía compartir la cama siempre que a él le diera la gana!
No debería haber ido con él a Cerdeña. Había sido un gran error.
Edward ya le había dejado claro para entonces que la despreciaba, pero ella se ha bía negado a ver la realidad.
Decidió irse de Suiza, pero antes de hacerlo te nía que limpiar su nombre para que Edward enten diera que se había equivocado con ella.
Mientras se paseaba por su habitación, se dio cuenta de que sólo había una manera de hacerlo. Tenía que hablar con un abogado para que le re dactara un documento legal en el que quedara claro de una vez por todas que sus intenciones no eran pecuniarias.
Jasper Hale estaría muy contento de que fir mara ante él la renuncia a los billones de los Cullen antes de irse de Suiza con su dignidad intacta.
Cuando llegó al bufete del abogado aquella misma mañana, una secretaria la llevó a su despa cho inmediatamente. A Bella le sorprendió que Jasper la recibiera tan deprisa y la dejó anonadada que el abogado la recibiera con amabilidad y le diera las gracias por ir.
-Alice quería ir a vuestra casa para pedir per dón, pero yo me había pasado tanto contigo que creí que era mejor dejar que la tempestad pasara -se disculpó Jasper-. Te amenacé y te asusté, pero quiero que sepas que no suelo tratar así a las muje res.
-Estoy segura de ello -contestó Bella.
-Cuando Edward se dio cuenta de que te habías ido por mi culpa, se puso como una fiera y con toda la razón.
-No fue culpa tuya.
-Sí, sí lo fue -insistió Jasper-. Me metí en algo que no me concernía. Ahora que lo entiendo todo, comprendo que había algo entre Edward y tú de lo que yo no sabía nada. Por eso, acudí en su rescate -rió-. Como si Edward necesitara que alguien lo res catara.
-Hubo una serie de malos entendidos, eso fue todo. Ahora, todo ha terminado. En realidad, he venido a verte por algo completamente diferente-le dijo Bella consiguiendo tapar su dolor con una falsa calma
-. Necesito que un abogado me re dacte un documento legal y necesito que lo haga bastante deprisa.
Tras haberle contado lo que quería, Jasper la miró atónito.
-Esto es un conflicto de intereses para mí. No puedo representarte a ti y a Edward. Necesitas otro abogado.
-Muy bien -contestó Bella poniéndose en pie.
-Espero que algún día seamos amigos y como amigo te aconsejo que no hagas lo que me has di cho que quieres hacer -se despidió el abogado-. Me temo que Edward no lo entendería y se sentiría dolido.
Mientras volvía a casa, Bella se dio cuenta de que Jasper era un buen hombre. No tenía nada que ver con Edward, que era frío y distante. Era imposible que el abogado entendiera que era imposible hacer daño a Edward.
La única que estaba sufriendo allí era ella.
De repente, se preguntó por qué se tomaba tan tas molestias para quedar bien a los ojos de Edward. Al fin y al cabo, no la quería, tenía muy mala opi nión de ella e incluso verla en el desayuno lo ponía de mal humor.
Le costaba creer que pocos días atrás hubiera sido tan feliz con él y lo que ya le resultaba impo sible de creer era que hubiera pensado que aquello era un bache del que podrían salir bien parados.
El problema con Edward Cullen era que Bella estaba dispuesta a aceptar lo que fuera, aunque fueran unas migajas, y eso era exactamente lo que había conseguido.
Sin embargo, había llegado el momento de ac tuar como una mujer madura y adulta, tenía que pensar en sus necesidades y tenía que acabar con una relación que le estaba haciendo mucho daño.
Ahora comprendía que Edward jamás le contaría a su hermana la verdad de su matrimonio. Aunque quisiera ocultarlo porque lo veía como una debili dad, Edward era un hombre de honor.
Se había agarrado a aquella excusa para estar con él, pero había llegado el momento de cortar por lo sano, de sacar la dignidad del armario en el que la había encerrado. Edward le hacía daño y debía separarse de él.
Al oír el teléfono del coche, sintió mariposas en el estómago.
-Por favor no me preguntes cómo me encuen tro, porque sé que no te importa lo más mínimo -le espetó-. ¡Me voy y espero que tú y tu dinero seáis muy felices!
Dicho aquello, colgó el teléfono con manos temblorosas. No se podía creer que acabara de de cirle aquello, pero era lo que se merecía. Era la úl tima vez que jugaba con su amor. Aquel amor se lo iba a llevar su hijo.
El teléfono volvió a sonar, pero Bella no con testó. Entonces, sonó su teléfono móvil, pero lo apagó. No había nada más que decir.
Media hora después, estaba en su habitación haciendo las maletas cuando la puerta se abrió con un gran estruendo y entró Edward.
-¡No te puedes ir! ¡No lo podría soportar!
Aquello tomó a Bella por sorpresa.
-¿Tienes idea de cómo lo pasé la otra vez?
Atónita ante aquel arranque de sinceridad en un hombre que jamás demostraba sus sentimientos, Bella negó con la cabeza lentamente.
-La primera semana, creí morir. Me habías abandonado dejándome una carta de cuatro líneas como quien se disculpa por no poder acudir a una cena -le explicó-. No me lo podía creer. No sabía dónde estabas. ¡Casi me vuelvo loco!
Bella no se podía creer lo que estaba escu chando.
-Nunca pensé que te fueras a sentir así...
-Deberías haberme contado la verdad sobre nuestro matrimonio.
Bella se dio cuenta de que tenía razón en eso, pero nunca se le ocurrió que su ausencia lo iba a hacer sufrir.
-Confiaba en ti -continuó Edward mirándola con intensidad-. Admito que no tenía más remedio al principio, pero nuestra relación iba bien y bajé la guardia rápidamente. Creí que éramos una pareja. Pensaba en ti como en mi esposa y, de repente, todo se acabó.
Bella sintió que se le formaba un doloroso nudo en la garganta.
-Supongo que pensarás que soy una egoísta, pero te aseguro que jamás se me pasó por la imagi nación que me fueras a echar de menos...
-¿Te crees que soy un témpano de hielo? -se rió Edward con amargura.
-Eres un hombre demasiado controlado y muy disciplinado.
-Me educaron para ser fuerte y para no mos trarme jamás vulnerable a los ojos de una mujer. Mi abuelo y mi padre pasaron por matrimonios de sastrosos y me influenciaron enormemente. Para cuando Clemente quiso hacerme cambiar de opi nión, ya era demasiado tarde. Por eso redactó aquel testamento de locos, fue su último intento para abrirme los ojos, para hacerme comprender que, si hacía un esfuerzo y me arriesgaba, podría reescribir la historia de la familia y tener un matri monio feliz.
-Bueno, eso no le ha salido bien -contestó Bella al borde de las lágrimas-, pero al menos no has perdido el Castello Cullen.
-Quiero que sepas que venía hacia casa cuando me ha llamado Jasper.
-¿Por qué los hombres siempre os aliáis?
-¿Porque tenemos miedo? Cuando me ha deta llado el documento que querías que te redactara, he comprendido avergonzado hasta dónde te he hecho llegar.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué no estás contento? No entiendo por qué estás avergonzado. Lo que yo quería era dejar por escrito que no pienso recla marte jamás nada.
-Pero tienes todo el derecho del mundo a com partir lo que yo tengo.
-¡Quiero que te quede claro que ni quiero ni ne cesito nada de ti!
Edward tomó aire y echó los hombros hacia atrás.
-Te acusé de ser una cazafortunas porque, así, me evitaba el tener que enfrentarme a lo que real mente sentía por ti.
-No entiendo.
-Cuando tenía amnesia, me acostumbré a estar contigo. Cuando recobré la memoria, me enfadé contigo porque me habías engañado.
-No fue ésa mi intención -se lamentó Bella-. En cualquier caso, para mí no fue eso lo que pasó entre nosotros -protestó.
-Me engañaste y, a partir de entonces, no me fío de mí mismo en lo que a ti respecta. Sin embargo, a pesar de que no me fiaba de ti, seguía deseán dote, seguía queriendo estar contigo y no sola mente por el sexo.
-Pues a mí me dijiste que era sólo por eso—con testó Bella algo esperanzada.
-Era mentira... estaba... estaba...
-¿Qué?
-¡Asustado! -admitió Edward-. Estaba asustado. Jamás me había sentido así, pero en Cerdeña volví a confiar en ti y comencé a relajarme.
-Y entonces fue cuando te dije que estaba em barazada.
-De nuevo me habías ocultado la verdad. Ojalá me lo hubieras contado inmediatamente. Jamás había estado tan bien con una mujer, pero durante aquella maravillosa semana tú me estabas ocul tando que íbamos a tener un hijo. Aquello me dolió mucho y me hizo preguntarme qué otras cosas me estarías ocultando.
-Me daba miedo tu reacción -se defendió Bella.
-Tendrías que haber sido sincera conmigo. Volví a perder la confianza en ti y, a partir de ese momento, todo se volvió una locura.
-El que te volviste loco fuiste tú -lo corrigió Bella-. Sin embargo, te perdono. No me ofende que no quieras tener un hijo que no habías planeado; tener conmigo...
-Quiero tener ese hijo, pero me daba miedo que me estuvieras engañando de nuevo -admitió Edward-. Desde entonces, no he dejado de luchar conmigo mismo. Aunque te parezca una tontería, no puedo dejar de preguntarme si lo único por lo que estabas conmigo era por el niño.
-A mí me ha pasado lo mismo -murmuró Bella.
-Eso me llevó a acusarte de cosas que sabía que no eran ciertas -se disculpó Edward-. Nunca dudé de que el niño fuera mío, pero me daba miedo que volvieras a hacerme daño, así que decidí hacértelo yo primero.
Bella no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. ¿De verdad Edward acababa de decir que le había hecho daño?
-Ya no puedo seguir luchando contra lo que siento por ti. ¿Me das otra oportunidad?
Bella sintió que se le saltaban las lágrimas y negó con la cabeza.
-Por favor -suplicó Edward estrechándole las ma nos.
Bella volvió a negar con la cabeza.
-¿No te das cuenta de lo importante que es para mí? Me lo dijiste en Cerdeña y tenías razón. Fui feliz viviendo tu cuento, más feliz de lo que había sido jamás.
Bella lo miró a los ojos sorprendida.
-Imagínate mi decepción cuando me di cuenta de que el cuento era mentira, de que nunca me ha bías amado cuando yo ya me había hecho a la idea y me gustó.
-¿De verdad? -preguntó Bella con voz tré mula.
-Me había enamorado de ti, pero nunca me ha bía enamorado antes y no supe reconocer lo que me estaba sucediendo. Pensaba en ti incluso du rante las reuniones más importantes.
-¡Madre mía! -exclamó Bella pasándole los brazos por el cuello-. Yo también te quiero. Te quiero tanto... te voy a hacer muy feliz.
Edward la abrazó con fuerza y así permanecieron, fundidos en un abrazo, durante un buen rato, dis frutando de una proximidad que ambos habían creí do perdida.
-Estoy tan a gusto contigo -murmuró Edward.
-¿Ves cómo quererme no es tan malo?
—Lo es cuando desapareces y me amenazas con abandonarme.
-Te prometo que no volverá a suceder -declaró Bella solemnemente.
Edward la besó en la boca con ternura.
-Creo que hace cuatro años me di cuenta de lo peligrosa que podrías llegar a ser para un soltero, cara mia.
-Entonces, era algo inmadura para ti, pero me enamoré en cuanto te vi.
-Aunque no quise admitirlo ni siquiera a mí mismo, me sentía profundamente atraído por ti. Por eso volví varias veces a la peluquería en la que trabajabas -confesó Edward-. Sin embargo, después de casarnos, decidí no volver porque no me fiaba; de mí mismo.
-¿De verdad?
-De verdad. Sin embargo, todavía sigo llevando tu fotografía en la cartera -murmuró Edward.
Bella sonrió encantada.
-Me encantaría verte vestida de novia. Debería mos volvernos a casar.
-Me encantaría... -contestó Bella sincera mente-, pero vamos a tener que esperar a que nazca el niño.
-Da igual -contestó Edward sin pensárselo dos ve ces.
Once meses después, Bella y Edward renovaron sus votos en una preciosa capilla situada muy cerca del Castello Cullen.
La feliz pareja sólo tenía ojos el uno para el otro. Después de la ceremonia, siguió una maravi llosa comida y una alegre fiesta a la que asistieron las mejores amigas de Bella, Victoria y Jane, con sus maridos, James y Dimitri.
Alice y Jasper Hale se sentaron en la mesa de los novios porque en el último año Bella y Alice se habían hecho muy amigas.
Por supuesto, también estaba su hermana Emma y el invitado de honor fue Anthony, el miembro más joven de la familia Cullen, que apenas contaba tres meses de vida y se pasó la mayor parte de las celebraciones durmiendo.
Aquella noche, Bella lo arropó mientras obser vaba el pelo cobrizo que había heredado de su padre y se decía que también tenía su misma sonrisa.
Lo cierto era que su vida era maravillosa. Se ha bían trasladado a vivir al Castello y Edward viajaba cada vez menos para poder estar más tiempo con su familia.
-Qué bonita vista... -dijo su marido a sus espal das.
-Ya sé que está mal decirlo porque es nuestro hijo, pero, ¿verdad que es muy guapo?
-No me refería a Anthony, amata mía.
-¿Ah, no? -dijo Bella viendo el deseo en los ojos de su marido y quedándose sin aliento.
-Estás guapísima y me siento increíblemente orgulloso de que seas mi mujer -contestó Edward con satisfacción-. ¿Te das cuenta de que hoy es nuestra noche de bodas porque la primera vez no tuvimos?
Bella lo abrazó y lo besó mientras Edward la to maba en brazos y la llevaba al dormitorio.
-¿Me sigues queriendo? -le preguntó emocio nada.
-Cada día te quiero más -sonrió Edward.
Con el corazón henchido de felicidad, Bella le pasó los brazos por el cuello y lo atrajo hacia sí.
FIN
martes, 19 de abril de 2011
Vota por una Nueva Adaptación
Cuando pueda verla, ¿seguirá deseándola?
El multimillonario Edward Cullen había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada!
Y eso provocó la única reacción que Isabella no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Bella sabía que ella sí lo estaba. Y cuando Edward recuperó la vista, Bella pensó que cambiaría a su diminuta esposa por una de las altas e impresionantes rubias con las que solía salir…
Capítulo 8
Capítulo 8
Los personajes pertenecen a S.M y la historia es de Lynne Graham
AL DÍA siguiente, Bella tampoco tuvo ganas de desayunar. Tenía náuseas y no era la primera vez que le ocurría en los últimos días. ¿Tendría algún virus? Lo cierto era que no se sentía enferma sino, más bien, como si algo no fuera bien.
De repente, se dio cuenta de que su cuerpo se estaba comportando de manera extraña. Calculó rápidamente con los dedos y se dio cuenta de que se le había retrasado el periodo. Volvió a contar, pero lo cierto era que nunca había controlado los ciclos y así era imposible tener las fechas claras.
Se dijo que se estaba equivocando, pero entonces se dio cuenta de que nunca había tomado medidas para no quedarse embarazada. Edward tampoco.
Jamás se le había ocurrido que pudiera concebir un hijo. ¿A Edward tampoco se le había ocurrido? ¿Habría asumido que estaba ella tomando la píldora?
No pasaba nada. En el último mes se había acostado con él sólo una vez. Las posibilidades de haberse quedado embarazada eran mínimas. Además, había leído en el periódico que la tasa de fertilidad iba en descenso.
Decidió que el estrés había alterado su ciclo menstrual y que esa misma alteración estaba haciendo que todo su sistema se alterara y ella se sintiera mal.
Esperaría unos días y, si seguía sintiéndose mal, se haría una prueba de embarazo. Mientras tanto, decidió no volver a pensar en ese tema pues no quería volverse loca por algo que no era probable que sucediera.
Humberto le llevó el teléfono. Era Edward.
-Quería haberte llamado ayer por la noche, pero la reunión terminó muy tarde -le dijo su marido.
Bella se enfureció consigo misma por alegrarse de oír su voz.
-No pasa nada. No esperaba que me llamaras.
-Esta noche tenemos una fiesta.
-Vaya, así que, me sacas una noche por ahí por haberme portado bien, ¿eh? -se burló Bella.
-Algo así, pero prefiero que te portes mal -contestó Edward-. Te advierto que no me gustan mucho las fiestas.
Mientras se vestía aquella noche, Bella esperaba con la respiración entrecortada que se abriera la puerta que comunicaba sus dos habitaciones.
Se había puesto un vestido verde con los hombros al descubierto que acentuaba la perfecta palidez de su piel.
La puerta nunca se abrió, así que bajó las escaleras y se encontró con Edward en el vestíbulo.
-Estás muy bien -le dijo mirándola de arriba abajo con interés.
Bella se sonrojó.
-No hace falta que parezca que estás sorprendido.
-Se me había pasado por la cabeza que ibas a intentar ganar puntos poniéndote algo totalmente inapropiado -admitió Edward.
-Nunca haría algo tan infantil -contestó Bella-. Por cierto, me he vuelto a poner la alianza -carraspeó.
-¿Por qué no? Te lo has ganado -se burló Edward.
Bella se sonrojó como si la hubiera abofeteado.
-¡Cuando me hablas así, te odio!
Edward se rió.
-Es tradición en mi familia que el odio prolifere entre las parejas casadas.
-Tu madre se enamoró de otro hombre, pero eso no quiere decir que odiara a tu padre.
-¿Ah, no? Ya estaba enamorada de ese hombre cuando se casó con mi padre. El amor de mi padre se tornó odio cuando se dio cuenta de la verdad.
-Entonces, ¿por qué diablos se casó con él?
-Por el dinero -contestó Edward guiándola a la limusina que los estaba esperando-. Mi abuela fue igual de ambiciosa, pero tenía más principios. Ella le dio a mi abuelo, Clemente, un hijo y luego le dijo que había cumplido con su deber. Aunque siguieron viviendo juntos hasta que murieron, no volvieron a hacer vida marital.
-Desde luego, parece que tu madre hizo mal al casarse con tu padre, pero tal vez hubiera presiones que tú no conoces o puede que ella creyera que estaba haciendo lo correcto y se convenciera de que algún día llegaría a amar a tu padre -dijo Bella intentando que Edward fuera menos duro con los errores de los demás.
-Esa posibilidad nunca se me había ocurrido -contestó él con sequedad—. ¿Y tú crees, entonces, que me tuvo con la esperanza de aprender a quererme también?
Bella se dio cuenta de que estaba poniendo su teoría en ridículo.
-Lo único que te estoy diciendo es que en un matrimonio infeliz siempre hay dos versiones que escuchar y que, además, podría haber habido circunstancias que desconoces... sólo estaba intentando animarte.
-No necesito que me animes -contestó Edward con acidez-. Ni siquiera me acuerdo de mi madre. Murió antes de que yo cumpliera cuatro años.
-¿Cómo?
Edward se encogió de hombros.
—Se ahogó.
-Siento mucho que no tuvieras oportunidad de conocerla. Supongo que pensarás que soy una sentimental, pero si supieras lo que daría por poder hablar con mi madre durante sólo cinco minutos... daría lo que fuera...
-Si no eres capaz de sufrir en silencio -la interrumpió Edward-, prefiero ir a la fiesta solo.
-Creo que eso sería lo mejor -contestó Bella con un nudo en la garganta-. Me parece que no quiero pasar ni un minuto más en compañía de una persona tan fría como tú.
-Ya casi hemos llegado al aeropuerto, así que cálmate. Eres demasiado emocional.
-No como tú, ¿verdad? -le espetó Bella-. Para que lo sepas, yo no me avergüenzo de mis sentimientos.
-Yo no te estoy diciendo que te avergüences, sólo te estoy pidiendo que los controles -insistió Edward.
-Quería mucho a mis padres y los echo mucho de menos. Me enseñaron a pensar lo mejor de la gente y, aunque pronto aprendí que el mundo no es el mejor sitio...
-¿Quién te enseñó eso?
-Mandy, la prima de mi padre. En cuanto se enteró de que nuestros padres habían muerto, tomó la iniciativa. Convenció a los servicios sociales de que era la persona perfecta para hacerse cargo de nosotras. Yo era muy pequeña y me daba mucho miedo que me separaran de mi hermana. Así que nos fuimos a vivir con Mandy a una casa alquilada muy grande -recordó Bella.
-¿Y?
-Mandy y su novio nos quitaron todo el dinero que pudieron. Se gastaron el dinero que tenían mis padres, que no era mucho, pero hubiera sido suficiente para que Emma y yo hubiéramos vivido unos cuantos años sin preocupaciones. Cuando se acabó, simplemente se fue y nunca volvió.
-Supongo que llamarías a la policía. Eso es un delito.
-El dinero había desaparecido y eso ya nadie lo iba a cambiar. Además, tenía cosas más importantes de las que preocuparme... como encontrar una casa más barata y ocuparme de mi hermana -se defendió Bella.
En un inesperado gesto de solidaridad, Edward la agarró de la mano.
-Confiaste en Mandy porque era de tu familia. Supongo que su traición fue espantosa.
-Sí... -contestó Bella dándose cuenta de que tenía unas horribles ganas de llorar.
-Cuando tenía amnesia, no tuve más opción que confiar en ti -murmuró Edward-. Creía que eras mi esposa...
Bella se soltó de su mano con violencia.
-No hace falta que digas más... he entendido el mensaje. Yo lo único que hice fue intentar actuar como si fuera tu esposa. No me acosté contigo por ningún otro motivo ni tengo intención de enriquecerme con nuestro matrimonio.
-Sólo el tiempo demostrará si eso es verdad.
-¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema? Eres un hombre increíblemente guapo, pero parece que te cuesta aceptar que las mujeres te quieran por ti mismo -le espetó Bella.
-Tampoco tengo mal cuerpo -bromeó Edward.
De repente, Bella explotó.
-Ésa es una de las cosas que no puedo soportar de ti. Siempre tienes que decir la última palabra. Estás tan convencido de que tú nunca te equivocas que me echas a mí la culpa de todo. ¡ Si el cielo se cayera ahora mismo sobre nosotros, dirías que ha sido culpa mía!
-Bueno, ahora que lo dices, gritar provoca avalanchas.
Bella tomó aire para intentar controlarse y en ese momento el chofer abrió la puerta.
-¡Te odio! -le dijo Bella mientras se sentaba en el helicóptero.
Edward se inclinó sobre ella y la besó.
-Sólo estaremos media hora en la fiesta.
Bella estaba alterada y asustada por la intensidad de sus emociones. Miró en su interior y entendió por qué se había peleado con él, por qué intentaba mantener las distancias. Edward tenía un increíble poder sobre ella, podría hacerle daño y, aun así, ella seguía amándolo.
-Edward...
-Te deseo con todo mi cuerpo. En Londres, apenas dormía, pero ahora vuelves a ser mía y seguirás siéndolo hasta que yo lo decida.
El helicóptero aterrizó en un impresionante yate; cuyos dueños les dieron la bienvenida como si fueran príncipes.
A pesar de que había mucha gente, Bella sólo tenía ojos para Edward, pero él se tuvo que ausentar cuando su anfitrión insistió en que quería presentarle a un viejo amigo.
A su vez, la anfitriona le presentó a Bella a un sinfín de invitados. Los colores de los vestidos y los brillos de las joyas le nublaban la visión, así que parpadeó, pero el vaivén del barco la estaba mareando.
Bella se giró buscando un sitio donde sentarse, pero ya era demasiado tarde. Cuando recobró la consciencia, Edward estaba a su lado.
-Tranquila, cara. Nos vamos a casa —le dijo tomándola en brazos y despidiéndose de los preocupados anfitriones-. Nunca había visto una actuación tan buena -añadió una vez a solas.
Bella se dio cuenta de que Edward creía sinceramente que lo había fingido todo porque él quería irse pronto de la fiesta.
El movimiento del helicóptero no hizo sino acrecentar sus náuseas y no le apetecía hablar. Ya tenía suficiente con preguntarse a sí misma por qué se había desmayado. Jamás se había desmayado antes, pero recordó que su amiga Victoria le había dicho que aquello era normal durante los primeros meses de embarazo.
Al llegar a casa, Edward se apresuró a ayudarla a bajar del helicóptero.
-Ha sido un desmayo buenísimo -sonrió con sensualidad-. Incluso yo me lo he creído al principio.
-No lo he fingido -contestó Bella apoyándose en él porque las piernas no la sostenían-. Me he mareado porque no estoy acostumbrada a los barcos.
-Pero si sólo has estado un cuarto de hora -dijo Edward sorprendido.
Una hora después, Bella estaba acostada y Edward la estudiaba con atención desde los pies de la cama.
-Ahora ya me encuentro mucho mejor, me gustaría levantarme -dijo Bella.
-La gente sana no se desmaya -contestó Edward-. En cuanto la doctora diga que estás bien, podrás levantarte.
-¿Qué doctora?
En ese momento llamaron a la puerta.
-Supongo que será ella. La llamé desde la limusina para decirle que viniera a casa.
-No quiero un médico -dijo Bella presa del pánico-. ¡No necesito a ningún médico!
-Eso lo decido yo.
-¿Y a ti qué más te da?
-Soy tu marido y soy responsable de tu bienestar aunque tú no me lo agradezcas.
Bella se sintió culpable y no dijo nada más mientras Edward abría la puerta y aparecía una mujer mayor de pelo cano.
-Me gustaría estar a solas con la doctora -anunció Bella al ver que Edward no se iba.
Contestó a las preguntas de la doctora con sinceridad y dejó que la examinara.
-Creo que usted ya sospecha lo que le ocurre -sonrió la mujer al cabo un rato-. Está usted embarazada.
Bella palideció al pensar en el horror que aquella noticia iba a provocar en Edward.
-¿Está segura?
La doctora asintió.
-Prefiero no decírselo todavía a mi marido -le confesó Bella.
Su cuerpo la había sorprendido. Iba a tener un hijo con Edward. Quizás, fuera un niño de pelo cobrizo y sonrisa irresistible o una niña que tuviera sus preciosos ojos verdes y la creencia de que era la dueña del mundo.
Sí, iba a tener un hijo con Edward y estaba convencida de que él la iba a odiar por ello. De hecho, cuando entró en la habitación, Bella no pudo mirarlo a los ojos e intentó levantarse de la cama.
-¿Qué haces? -le preguntó.
-Ya estoy mejor y me voy a vestir.
Edward le cerró el paso y la obligó a volver a la cama.
-No, la doctora ha dicho que tienes que comer y que dormir mucho y me voy a asegurar de que sigas sus consejos.
-La benevolencia no te queda bien -le espetó Bella mientras Edward vigilaba que se tomara la deliciosa comida que le habían llevado en una bandeja con flores.
Edward sonrió de una manera que hizo que a Bella le diera un vuelco el corazón.
-Lo hago por mí.
-¿De verdad?
-Vas a tener que estar al cien por cien para cumplir con mis expectativas. He decidido tomarme unas vacaciones...
-Tú nunca te tomas vacaciones.
—Contigo, una cama y un ordenador puedo tomármelas.
Bella se sonrojó de pies a cabeza.
-Estoy decidido a olvidarme de ti o a morir en el intento, cara -murmuró Edward con voz ronca.
-¿Y luego qué?
-Luego, te llevaré a Inglaterra y volveré a llevar la vida que llevaba antes, libre y fácil, la vida de un soltero.
Bella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar el dolor.
-¿Y a qué esperas? ¿Por qué no lo haces ya?
-De momento, me lo sigo pasando bien contigo. Eres diferente a las mujeres con las que solía salir.
-¿Hay cabida para cómo me siento yo en todo esto?
-Tú te sientes maravillosamente bien porque yo te hago sentir así y lo sabes -le recordó Edward con crueldad y muy seguro de sus dotes amatorias.
Bella se dejó caer sobre las almohadas y cerró los ojos.
Se dijo que lo mejor era dejarse llevar. Tal vez, Edward nunca se enterara de que había tenido un hijo. ¿Debía decírselo? Lo más seguro era que no se volvieran a ver y ella quería a ese hijo y podía darle mucho amor. Estaba dispuesta a trabajar todo lo que fuera necesario para darle un buen hogar.
¿Cómo podía ser tan cobarde como para no decirle inmediatamente a Edward que estaba embarazada?
-Te dije que no quería nada -susurró Bella en cuanto el vendedor se apartó un poco-. ¿Qué estamos haciendo aquí?
-No tienes joyas -contestó Edward-, así que te voy a comprar unas cuantas.
-No es muy inteligente por tu parte -dijo Bella intentando aparentar naturalidad-. Podría salirte mal.
-Ya me ha salido mal. Lo cierto es que cualquier cazafortunas que se precie no dejaría pasar una oportunidad tan buena como ésta.
Bella lo miró sorprendida y Edward la tomó de la cintura para que no se apartara.
-Por si no te has dado cuenta, acabo de admitir que me equivoqué contigo hace cuatro años -confesó-. Ahora comprendo que no te casaste conmigo por dinero.
-¿Lo dices en serio?
-Completamente -contestó Edward indicándole que se sentara en, el elegante taburete que había junto al mostrador-. Hay hombres patéticos que piden perdón con flores.
-¿Ah, sí? -contestó Bella confusa.
Le costaba pensar con claridad pues se encontraba aliviada y feliz.
-Y hay hombres que jamás piden perdón y que son capaces de comprarte brillantes con tal de hacerte creer que no están suplicando que los perdones.
Aquello hizo sonreír a Bella, que estuvo a punto de reírse a carcajadas al recordar que una vez Edward le dijo que suplicar era de paletos.
Una hora después, ya en casa, Bella salió a la terraza donde Edward se estaba tomando una copa.
Una enorme higuera proporcionaba sombra y se agradecía porque aunque ya era última hora de la tarde seguía haciendo mucho calor.
-Es cierto que tiene sus ventajas esto de estar contigo —bromeó Bella agitando el reloj de platino que le había comprado.
Edward la miró con una ceja enarcada pues todavía no se podía creer que no hubiera aceptado nada más que aquel reloj.
-Yo hubiera preferido cubrirte de diamantes.
-No me hubieran quedado bien.
-Desnuda hubieras estado como una increíble diosa pagana, bella mía.
Bella sintió que el corazón le daba un vuelco. Jamás nadie le había dicho algo así.
-¿Por qué has cambiado de opinión sobre mí? ¿Por qué ya no crees que sólo busco tu dinero?
-Cuando me dijiste en Londres que me habías devuelto la mayor parte del dinero que te di al casarnos, no te creí, pero lo he comprobado y ese dinero lleva en la cuenta más de tres años.
-¿Y qué pasó con la carta que le escribí a tu abogado?
-No llegó. Por esas fechas, Jasper se cambió de despacho y tu carta debió de llegar a la antigua dirección y se perdió. Ahora está muy descontento con todo este tema porque sabe que es el eslabón que falló y que por ello se han producido muchos malos entendidos entre nosotros.
Bella se sentía inmensamente aliviada de que el tema del dinero estuviera por fin arreglado.
-Nunca quise aceptar tu dinero, pero acabé aceptándolo, así que supongo que tu abogado tiene razones para no tener una buena opinión de mí.
-No tiene derecho a emitir un juicio así.
-Me gustaría explicarte un par de cosas. Cuando nos conocimos, mi hermana y yo vivíamos en una mala zona y sus amigos eran chicos a los que les parecía muy divertido robar en las tiendas. Emma empezó a faltar al colegio y yo no tenía tiempo para controlarla.
Edward la escuchaba con atención.
-No sabía que tuvieras una vida tan dura. Siempre estabas alegre.
-Poner mala cara no cambia nada -contestó Bella-. El dinero que nos diste nos permitió empezar de nuevo. Alquilé otro piso, abrí la peluquería y matriculé a Emma en un colegio mejor. Nuestros problemas se terminaron. Pude dejar de trabajar por las noches y comencé a quedarme en casa mientras mi hermana estudiaba. Al año siguiente, consiguió la beca y, desde entonces, todo le va bien.
-Deberías estar orgullosa de ti misma. Ojalá me hubieras contado todo esto entonces.
Bella lo miró a los ojos y tuvo que desviar la mirada porque se quedaba sin aliento.
-Entonces, a ti no te interesaba lo más mínimo mi vida.
-No quise conocerte y tú pagaste el precio, pero eso fue entonces y esto es ahora... -dijo Edward agarrándola de la mano y besándole la palma.
Bella se estremeció, sintió que le temblaban las piernas y que le ardía la entrepierna. Entonces, Edward le abrió la camisa y le soltó el sujetador.
-Es de día... -murmuró Bella.
-Te sorprendes con facilidad -contestó Edward apoyándola contra la pared caliente por el sol y quitándole el pareo que llevaba como falda-. Tranquila, ya lo hago todo yo.
Bella lo dejó hacer y pronto estuvo desnuda.
Estaba deseando sentirlo dentro de ella mucho antes de que Edward introdujera sus dedos entre la selva caoba de su entrepierna y la hiciera gemir de placer.
-No pares -gritó Bella.
-Me encanta verte perder el control -contestó Edward levantándola y penetrándola.
Bella jadeó de placer mientras sus cuerpos se imbuían de pasión animal. Tras alcanzar el clímax, Edward la tomó en brazos y la llevó a la cama, donde se tumbó a su lado y sonrió encantado.
Bella quería gritar a los cuatro vientos lo mucho que lo quería, quería que aquel momento no se acabara nunca.
Edward le apartó el pelo de la cara, la besó y la abrazó haciéndola sentirse como la mujer más afortunada del mundo.
-Me encantan tus pechos -confesó Edward poniéndola a horcajadas sobre él y acariciándoselos-. Juraría que te han crecido desde la primera vez que hicimos el amor.
Bella desvió la mirada presa del pánico.
-No me quejo, no me malinterpretes -añadió Edward-. Ya me he dado cuenta de que te encanta el chocolate suizo.
¡ Edward se creía que había engordado porque estaba comiendo mucho chocolate! Bella intentó apartarse de él, pero Edward se lo impidió.
-No seas tan quisquillosa. Tienes un cuerpo maravilloso -le aseguró-. Me encanta estar con una mujer que come todo lo que le viene en gana.
Además de llamarla gorda, la tenía por una gorrona. Maravilloso. ¡Ojalá el culpable de que le hubiera aumentado el pecho en una talla de sujetador fuera el chocolate!
-Me voy a dar una ducha -anunció Bella levantándose de la cama.
-¿Por qué tienes tan poca autoestima? -dijo Edward frustrado.
-¡He visto a Tanya y a su lado parezco una vaca lechera! -contestó Bella.
Edward la miró furioso y se levantó de la cama.
-¡Menuda idea! Tanya cumplía con mis necesidades, pero tú las provocabas. No puedo dejar de tocarte. Incluso he tenido que tomarme unas vacaciones para estar contigo.
Bella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
-Eso es sólo sexo -lo acusó.
Se hizo un terrible silencio durante el cual Bella rezó para que Edward le llevara la contraria, pero él se limitó a mirarla con intensidad con una expresión difícil de leer en el rostro.
Bella sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Edward no le había llevado la contraria. ¿Cómo había sido tan ingenua como para creer que lo que había entre ellos era algo más que sexo?
Consiguió sonreír como si le pareciera muy bien que su relación fuera puramente sexual, se metió en el baño y cerró la puerta con pestillo.
Inmediatamente, abrió los grifos de la ducha y se puso a llorar. Lo único que ella le había ofrecido desde el principio había sido sexo y Edward lo había aceptado gustoso.
En ese aspecto, no se había quejado. Llevaban una semana en Cerdeña, siete días en los que no se habían separado. Habían comido en la playa, habían nadado en el mar por la noche, habían compartido cenas románticas, maravillosas siestas e incontables conversaciones.
Estar en compañía de Edward era maravilloso e incluso cuando tenía que trabajar un par de horas ella se quedaba leyendo a su lado.
Aquella semana había sido increíblemente feliz para Bella, pero también había sido muy difícil asumir que estaba embarazada de él.
Físicamente, se sentía muy bien, pero tenía que tener cuidado con lo que comía y tenía que descansar mucho. Las náuseas se habían evaporado y sólo se había vuelto a marear en una ocasión por levantarse demasiado aprisa.
Edward había empezado a darse cuenta de que su cuerpo estaba cambiando. Ocultarle el embarazo no iba ser posible durante mucho más tiempo. La perspectiva de confesarle que iban a tener un hijo se le hacía insoportable.
Aquella vez, Bella tenía muy claro que no debía hacerse ilusiones, que tenía que enfrentarse a la relación que tenía con Edward tal y como era.
Por eso, todas las mañanas, cuando Edward le daba los buenos días acompañados de unos cuantos besos, Bella se recordaba una serie de cosas:
Edward no estaba enamorado de ella. La deseaba y por eso se preocupaba por ella. El hecho de que conversaran durante horas, que fuera tierno y divertido con ella era irrelevante. Al fin y al cabo, era un hombre sofisticado y era imposible imaginárselo haciendo que una mujer se aburriera.
No era su mujer de verdad. Se había casado a cambio de dinero. Era la mujer que Edward había comprado, no la mujer que había elegido.
Además, ella jamás cumpliría con el tipo de mujer perfecta que le gustaba a Edward. Lo cierto era que, sin darse cuenta, Edward había ido dándole a entender qué tipo de mujer le gustaba.
Le gustaban las mujeres de pelo castaño y piernas largas, exactamente igual que su última pareja. También le gustaban las mujeres de buena familia y le parecía que los estudios universitarios eran importantísimos.
Bella no cumplía ni una sola de esas condiciones, así que era imposible que la hubiera elegido jamás como esposa.
Teniendo todo eso en cuenta, cuando Edward se enterara de que iba a tener un hijo suyo aquello iba a ser un desastre. Por eso, no se lo quería decir. Por eso había aprovechado aquellos siete días como si fueran los últimos de su vida.
Sin embargo, había llegado el momento de contarle la verdad.
Bella se puso unos pantalones de seda azules con un top de encaje a juego. Aquel color, le quedaba bien.
La mesa estaba dispuesta en la terraza para cenar. Habían colgado farolillos en las ramas de la higuera y la luz de las velas se reflejaba en la cristalería.
edward solía ir a aquella casa un par de veces al año porque tenía muchas casas por el mundo y no le daba tiempo de ir a todas muy a menudo.
No le gustaban los hoteles e incluso allí, en un apartado rincón del planeta, Edward tenía contratado a un cocinero fabuloso que los deleitaba con sus maravillosas comidas.
Aquel hombre lo tenía todo siempre bajo control, pero, ¿cómo reaccionaría cuando Bella le dijera lo que le tenía que decir? Aquella situación no la iba a poder controlar.
-Date la vuelta -le dijo Edward al salir a la terraza.
Bella obedeció.
-Estás impresionante... podría comerte aquí mismo -confesó Edward excitándola- Vas a tener suerte si logro controlarme hasta que terminemos de cenar.
Bella se mojó los labios y bebió agua.
-Una vaca lechera, ¿eh? -bromeó Edward-. A mí no me lo pareces.
Bella se sonrojó y sintió deseos de abrazarlo y de decirle lo feliz que había sido durante aquellos días.
-Estás muy rara últimamente -añadió Edward.
-Eh... yo... -dijo Bella desconcertada.
-De repente sonríes y al minuto siguiente te enfadas -le explicó Edward-. Tú no eres así, así que supongo que es el síndrome premenstrual.
Bella tuvo que hacer un esfuerzo para no ponerse a llorar.
-Te tengo que decir una cosa -anunció.