
Capítulo 3
Los personajes pertenecen a S.M, la novela es propiedad de Lynne Graham. Esto es sólo una adaptación con los personajes de la saga twilight.
Edward se creía que era una esposa normal, claro. ¿Cómo iba a imaginar las circunstancias en las que se habían casado hacía cuatro años?
-Es una manera de verlo -contestó intentando que no se le notara lo incómoda que estaba.
-Te sonrojas como una adolescente -comentó Edward divertido.
-¡Sólo contigo! -contestó Bella furiosa porque sabía que estaba como un tomate.
En el colegio, aquella facilidad para sonrojarse le había valido las bromas de sus compañeros. Me nos mal que había conseguido controlarlo al hacerse mayor. Sin embargo, parecía que con Edward no le funcionaba.
-No debemos de llevar mucho tiempo casados comentó él abrazándola.
-¡No! -exclamó Bella.
Edward sonrió. Aquella mujer era pequeñita, pero tenía carácter.
-No te preocupes... por besar a mi mujer no voy a recaer.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó Bella como una tonta-. No creo que sea buena idea que nos besemos... todavía...
-No pasa nada -insistió Edward divirtiéndose por la preocupación de su esposa ante la posibilidad de que un poco de sexo le sentara mal-. Tómatelo como un experimento. Puede que me haga recordar cosas, bella mía.
-Edward...
Bella no quería que se echara atrás, se moría por experimentar lo que una vez le había sido negado, así que ladeó la cabeza y dejó que la besara.
Inmediatamente, sintió que el cuerpo se le con vertía en fuego líquido y, al poco tiempo, se encontró gimiendo de placer.
-Hemos llegado a casa -anunció Edward apartándose y mirándola a los ojos.
Sorprendida por su propia reacción apasionada, Bella intentó recuperar la compostura. En lo más profundo de sí, habría preferido que no hubieran llegado todavía. Habría dejado que le hubiera hecho el amor allí mismo, en la limusina, y Edward se debía de haber dado cuenta.
Se sentía avergonzada por haber llegado tan lejos. ¿Cómo iba a volver a mirarlo a la cara? Se había comportado como una muerta de hambre.
¿A qué estaba jugando? Edward se había fiado de ella y, precisamente por esa confianza, ella tenía que comportarse con cabeza y mantener las distancias entre ellos.
Cuando el chofer le abrió la puerta, Bella miró disimuladamente a su alrededor. Edward vivía en una inmisión rodeada de altos muros en cuyo vestíbulo había estatuas antiguas, muebles preciosos y suelos de mármol.
Bella notó que el mayordomo que había acudido a darles la bienvenida la miraba con suma curiosidad.
-¡Dios mío! -exclamó Edward en ese momento.
Bella lo miró. Había algo que lo había sorprendido.
-Vamos arriba -lo urgió.
Mientras la seguía, Edward se preguntó qué hacía el cuadro, el favorito de su abuelo, en el vestí bulo de su casa.
-Ahora estoy contigo... me acabo de acordar de una cosa -le dijo Bella al llegar a la planta de arriba.
Acto seguido, bajó corriendo las escaleras y fue en busca del mayordomo.
-Hola, debe de estar usted preguntándose quién soy -le dijo en voz baja.
-No, es usted una amiga del señor Cullen-. Contestó el hombre.
-Bueno... lo cierto es que soy su esposa -confesó Bella-. Me llamo Bella, ¿y usted?
-Yo soy Humberto, señora -contestó el mayor domo visiblemente sorprendido.
-Por favor, Humberto, no quiero que mi marido reciba llamadas de ningún tipo, ni profesionales ni personales.
Humberto la miró con incredulidad.
-Haga lo que le digo -le ordenó Bella.
Acto seguido, volvió junto a Edward, que la tomó en brazos y la besó en la boca.
-¿Edward? -exclamó Bella sorprendida-. ¿Qué demonios estás haciendo?
Edward se rió de manera sensual y abrió la puerta del dormitorio principal.
-No quiero más interrupciones -contestó.
-Por favor, bájame... -rogó Bella-. Se supone que tienes que descansar.
Edward la dejó en una enorme cama.
-Eso es exactamente lo que voy a hacer, pero contigo, cara.
Bella se puso en pie.
-Así no descansarás -dijo sonrojándose.
Edward se desabrochó la corbata y se la quitó.
-Aunque no me acuerde de los últimos cinco años de mi vida, sé que no soy una persona tranquila y que, cuando no estoy trabajando, necesito hacer algo.
-Pero no esto -contestó Bella con la respiración entrecortada-. Crees que te quieres acostar conmigo, pero en realidad no es así, de verdad.
-No me puedo creer que me haya casado con una mujer que le da tanta importancia al sexo -se burló Edward.
-Me preocupo por ti, por eso te lo digo -insistió Bella retorciéndose las manos nerviosa -. Ahora mismo, esto no te viene bien...
-Deja que sea yo el que decida eso -sonrió Edward.
De repente, su sonrisa se tornó una mueca de dolor.
-¿Qué te pasa? -le preguntó Bella preocupada.
Edward la miró intensamente.
-Clemente, mi abuelo, ha muerto... por eso el cuadro de Matisse está en mi casa en lugar de estar en el Castello. ¿Ha muerto?
Bella palideció.
-No me ocultes información -le advirtió su mando.
Bella asintió.
-Sí, lo siento. Tu abuelo murió hace cuatro años...
-¿Cómo murió?
-De un ataque al corazón. Creo que fue muy repentino -contestó Bella rezando para que no preguntara más detalles.
Edward se apartó de ella y se dirigió a los ventana les. Era obvio que quería estar solo, pero Bella in tentó acercarse a él.
-Edward... -murmuró sintiendo lástima por él.
-Vete a ver qué hay de cena -contestó Edward secamente.
-Me importa un bledo lo que haya de cena. Por favor, no me apartes de ti. Yo también lo pasé muy mal cuando murió mi abuela...
-No me gusta hablar de mis sentimientos con la gente -le espetó Edward.
-Está bien -dijo Bella saliendo de la habitación enfurecida.
Una vez en el pasillo, se encontró con Humberto y con otro hombre que llevaba su equipaje.
-Señora -le dijo el criado abriéndole la puerta con una inclinación de cabeza.
Bella entró en su dormitorio, una habitación aparte de la de Edward, y se quedó maravillada por los muebles. Sin embargo, el enfado no se le había pasado y, al mirarse al espejo, comprobó que tenía lágrimas en los ojos.
¿Cómo podía ser tan tonta como para dejar que una palabra fuera de tono de Edward la pusiera así?
Bella tomó aire para calmarse y siguió a Humberto fuera de la habitación.
-Le agradecería que me enseñara la casa -le dijo con una sonrisa.
Estaba segura de que Edward comenzaría a recobrar la memoria en un par de días y se preguntó si entonces le agradecería su ayuda.
Si por Humberto hubiera sido, le habría enseñado el interior de todos y cada uno de las despensas de la casa, pero Bella le dijo que se diera prisa. Así, visitó todas las estancias, que eran muchas, y llegaron a la cocina.
Allí, Humberto le presentó al cocinero francés, que le besó la mano y salió al jardín para traerle una flor amarilla que Bella se colocó en el pelo antes de subir a ducharse para bajar a cenar.
Una vez en su habitación, comprobó que le hablan deshecho el equipaje y que su ropa ya estaba colgada en el armario. Acto seguido, se dio una ducha de ensueño mientras sonreía ante el lujo que la rodeaba.
Cuando volvió a la habitación, se encontró con que Edward la estaba esperando y aquello la hizo pararse en seco.
-Me encanta la rosa que llevas en el pelo -murmuró Edward.
-Me la ha regalado tu cocinero -contestó Bella Tocándose la flor.
Edward se había quitado el traje y se había puesto unos pantalones informales y una camisa azul. Estaba tan guapo que Bella no podía parar de mirarlo.
Edward enarcó una ceja. Era obvio que lo que había hecho el cocinero le parecía una impertinencia, pero entendía por qué lo había hecho. Su esposa tenía una piel de porcelana, ojos marrones y una boca tan provocativa como una cereza.
Edward sintió que todo el cuerpo se le tensaba y se preguntó si siempre que la veía la deseaba así porque en aquellos momentos lo único en lo que podía pensar era en zambullirse dentro de aquel maravilloso cuerpo.
Bella sólo llevaba puesto un albornoz y se sintió vulnerable de repente, pero al encontrarse con la acalorada mirada de Edward la timidez se tornó deseo. El fuego abrasador que recorría sus venas era tan intenso que le impedía moverse.
El ambiente estaba cargado de electricidad.
-Te deseo, cara -declaró Edward.
Aquella confesión le hizo sentir placer y dolor a partes iguales. Muchas veces había fantaseado con aquel momento mágico, el momento en el que Edward la miraría milagrosamente como a una mujer deseable.
Y ahora aquel sueño se estaba convirtiendo en realidad. Edward acababa de decir que la deseaba, pero Bella no podía correr hacia él, como hacía en sus sueños, porque en realidad Edward no la deseaba.
Lo que le ocurría era que acababa de expresar un deseo natural por una mujer que en realidad era una ilusión: su esposa, la mujer con la que él creía tener un matrimonio normal y en quien creía que podía confiar.
Pero Bella no era esa esposa, sólo era una mujer a la que Edward había pagado para que se casara con él, una mujer que no le interesaba lo más mínimo. Y, para colmo, no era de su clase social ni te nía tanto dinero como él.
-Bella... -dijo Edward frunciendo el ceño al verla dudar.
-No tenemos este tipo de relación -protestó Bella.
Edward la tomó de la muñeca.
-No te entiendo...
Bella sintió que se le formaba un nudo en la garganta, pero sabía que tenía que renunciar a aquello por el bien de Edward.
-Mira, no es importante, así que no te debes preocupar por ello. No soy una persona importante en tu vida y, cuando recuperes la memoria, te darás cuenta de que estoy diciendo la verdad y yo me alegraré de no haber bajado la guardia.
Edward la miró con curiosidad.
-¿Qué has hecho para que te trate así?
-¡No he hecho nada! -se defendió Bella.
Edward le apretó la muñeca sin darse cuenta.
-Me estás haciendo daño...
Edward la soltó inmediatamente y le pidió disculpas, pero no olvidó de lo que estaban hablando.
-Explícame eso que has dicho de que no eres una persona importante en mi vida.
-Te pasas el día entero ocupado con el trabajo y no sueles reparar en mí -murmuró Bella.
-Si me has sido infiel, dímelo, haz el equipaje y vete.
-No digas tonterías, por supuesto que no te he sido infiel -contestó Bella dándose cuenta de que en lugar de ayudarlo a estar tranquilo lo estaba preocupando cada vez más.
-Los hombres de mi familia tenemos la mala costumbre de casarnos con mujeres infieles-. Apuntó Edward con brusquedad-. Claro que tampoco dudamos mucho en divorciarnos.
-Me lo tomo como una advertencia -contestó Bella intentando sonreír y entrando en el baño.
Una vez a solas, Edward recordó lo que Bella le acababa de decir y no daba crédito.
«No tenemos este tipo de relación».
«No soy una persona importante en tu vida».
«Te pasas el día ocupado con el trabajo y no sueles reparar en mí».
¿Pero qué clase de matrimonio tenían? ¿Y por qué tenían habitaciones separadas? ¿Lo habría elegido él? Por lo que Bella había dicho, su relación era lo que Edward quería que fuese.
Aquello lo enfurecía pues suponía un fracaso y la palabra fracaso no iba con él. Él era perfeccionista, pero parecía que su matrimonio estaba muy lejos de ser perfecto. Su esposa acababa de sugerirle que era un adicto al trabajo indiferente a sus necesidades.
Le costaba creer que no se acostaba con ella, pero, ¿qué otra cosa podía pensar? Tal vez, por eso se había sentido tan sorprendida cuando la había besado en la limusina. Edward recordó que tras la sor presa había llegado la pasión y se dijo que todo te nía solución.
Bella se puso una falda negra por encima de la rodilla y un top verde y llamó a su hermana, a la que había decidido contarle la verdad de su matrimonio con Edward cuando todo aquello terminara.
Cuando bajó, Humberto la acompañó al comedor, en el que lucía espléndida la luz de las velas y en cuya mesa se había dispuesto una magnífica vajilla de porcelana, una estupenda cristalería y una preciosa cubertería de plata.
-Esto es precioso -le estaba diciendo Bella al mayordomo cuando llegó Edward. -¿Qué celebramos?
-Que te han dado el alta -contestó Bella levantando su copa de vino con manos temblorosas.
-Se me ha ocurrido un tema de conversación normal -le informó Edward—. Háblame de tu familia.
A Bella no le importaba hablarle de los suyos, así que se sentó dispuesta a hacerlo.
-Mis padres murieron en un accidente de coche en Francia cuando yo tenía dieciséis años -explicó-. Mi hermana, Emma, tenía once.
-¿Y quién se hizo cargo de vosotras?
-La prima de mi padre -contestó Bella omitiendo que aquella había sido una etapa de su vida espantosa-. Ahora, mi hermana está en un inter nado.
-¿Aquí, en Suiza?
-No, en Inglaterra.
-¿Y tienes más familia?
-No. Tenía a mi abuela, pero murió. Era italiana y ella me enseñó a hablar italiano.
-¿Y por qué no hablas en italiano conmigo?
-Porque lo entiendo casi todo, pero me da vergüenza hablar...
-Ha llegado el momento de cambiar eso -declaró Edward con decisión.
-No sé -insistió Bella-. ¡Ya te reíste una vez de como hablo italiano! Me dijiste que parecía una paleta porque muchas de las palabras que usaba ya estaban obsoletas.
-Estaría tomándote el pelo, cara -contestó Edward.
No, no le estaba tomando el pelo. En realidad, Edward se había enfadado porque la peluquera había entendido una conversación en italiano que él creía confidencial.
-La verdad es que terminamos discutiendo, pero no quiero hablar de eso ahora.
Era mejor permanecer en silencio y concentrarse en la comida, que estaba deliciosa. Bella tomó tres copas de vino, pero no tomó café y anunció que se iba pronto a la cama porque estaba muy cansada.
-Pero si no son ni las ocho -apuntó Edward con amabilidad.
-Nunca me acuesto tarde -contestó Bella poniéndose en pie.
Edward también se puso en pie y la tomó de la mano.
-Quiero hacerte una pregunta que debes contestar.
Bella lo miró asustada.
-¿A quién se le ocurrió que durmiéramos en habitaciones separadas?
-A ti -contestó Bella pensando que era la única respuesta lógica.
Edward sonrió y Bella sintió que el corazón se le aceleraba. Cuando Edward le soltó la mano, dio un paso atrás y, aunque le temblaban las piernas, con siguió darle las buenas noches e irse a su habitación.
Diez minutos después, con los dientes ya cepillados y la cara limpia de maquillaje, Bella apagó la luz y se metió en la cama con un suspiro, pero lo cierto era que no tenía sueño y, sin poder evitarlo, recordó los primeros encuentros con Edward.
Se había enamorado de un hombre que nunca la había invitado a salir. Había vuelto aproximada mente una vez al mes a la peluquería donde ella trabajaba. Al ver la limusina que tenía y las propinas que dejaba, la dueña de la peluquería había insistido en atenderlo personalmente la próxima vez que fuera, pero para sorpresa de Bella, Edward había insistido en que quería que lo atendiera ella.
-¿Te acordabas de cómo me llamaba? -le preguntó emocionada.
-No, pero le he dicho cómo eras.
-¿Y cómo soy?
-¿Siempre hablas tanto?
-Si me dices cómo me has descrito, me callo.
-Bajita, con los labios pintados de morado y botas de pocero.
Desde luego, no era una descripción que halagara precisamente a una mujer, pero a los cinco minutos Bella ya se había olvidado y le estaba preguntando cuántos años tenía e intentando averiguar si estaba casado o no.
Edward nunca hablaba con ella, pero no le importaba que ella hablara. Cuando le preguntó cómo se ganaba la vida, él contestó que trabajaba en un banco. Poco después, Bella vio en el periódico que Edward no trabajaba en un banco sino que era el dueño del Banco Cullen.
En otra de sus visitas, Bella lo había oído hablar por teléfono lamentándose de la muerte de su abuelo y de la posibilidad de perder el hogar familiar, que adoraba. Cuando colgó el teléfono, ella se ofreció a casarse con él para impedir aquello.
-¿Por qué no? -había insistido roja de la cabeza a los pies cuando él la había mirado con las cejas enarcadas.
No sabía de dónde había sacado el valor para hacer una sugerencia parecida, pero estaba dispuesta a hacer o a decir lo que fuera con tal de que Edward se fijara en ella.
-Se me ocurren muchas razones -contestó él con dureza.
-Seguramente porque eres un hombre muy prudente que se dedica a complicar las cosas -insistió Bella-. Lo cierto es que tienes un problema sencillo de resolver porque lo único que necesitas es una esposa de mentira para que no te quiten tu casa y yo estoy dispuesta a ayudarte.
-No voy a seguir hablando de este tema contigo. Además, te has metido en una conversación privada.
-Entonces, pídele a alguna amiga que te ayude. No seas tan orgulloso -le había aconsejado Bella.
-¿Dónde has aprendido a hablar italiano como una paleta?
-¿Cómo? ¿Qué le pasa a mi italiano? -le había espetado Bella ante aquel insulto.
-Utilizas palabras arcaicas y expresiones de la Edad Media -rió Edward.
-¡A veces, eres increíblemente maleducado!
-Has interrumpido una conversación confidencial y me has propuesto algo completamente fuera de lo normal -contestó Edward a modo de disculpa-. ¿Qué esperabas que te dijera?
-Sólo quería ayudarte...
-¿Por qué? No nos conocemos de nada.
-Tienes razón -contestó Bella dolida pero en cogiéndose de hombros-. No he dicho nada.
-Cuando te enfadas te pones fea.
-¿No hay nada en mí que te guste? —preguntó Bella con esperanza.
-No -contestó Edward con sequedad.
-Venga, seguro que sí —insistió ella.
Edward sonrió, algo que hacía en contadas ocasiones, y Bella sintió que se le aceleraba el corazón, pero allí se terminó todo.
Tres semanas después, la llamó por teléfono y la citó en el restaurante de un hotel, pero para que no se hiciera ilusiones le aclaró que iban a hablar de negocios.
Mientras le explicaba las condiciones del matrimonio de conveniencia, Bella se dio cuenta de que se le había quitado el apetito. Cuando Edward le ofreció una ingente suma de dinero como compensación a aquel favor que estaba dispuesta a hacerle, Bella se negó.
-Piénsalo detenidamente y ya hablaremos.
-Si hubiera querido dinero, no me habría ofrecido a hacer esto. No me parece bien aceptar dinero por casarme. Tú lo único que quieres es no perder la casa que ha pertenecido a tu familia durante generaciones y a mí no me parece bien aceptar dinero para hacerte ese favor.
Sin embargo, durante los siguientes días se lo pensó mejor y se dio cuenta de que el dinero que Edward le ofrecía les haría la vida más fácil a su hermana y a ella. Podrían mudarse a un barrio mejor y podría abrir su propia peluquería para estar más tiempo con Emma.
Al final, Bella acabó aceptando una décima parte de la cantidad que Edward le había ofrecido en un principio. En cuando aceptó el cheque, se dio cuenta de que había perdido su respeto.
Bella suspiró, pues el pasado ya nadie podía cambiarlo y volvió al presente. Unos segundos después, oyó una puerta que se abría y Edward encendió la luz.
Bella se quedó mirándolo fijamente mientras le apartaba la colcha y la tomaba en brazos.
-¿Qué haces? -le preguntó mortificada.
-A partir de ahora, vamos a dormir juntos, cara -contestó Edward llevándola a su dormitorio.
-No me parece una buena idea -murmuró Bella.
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